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Xclavos (Parte 2 - Iniciación)

doctoracifiero

Actualizado: 1 ene 2021


La puerta se abrió casi sin esfuerzo, como si alguien la estuviera empujando desde dentro. La sala era un gran dormitorio, pero todo ello a una escala mayor de lo normal. Danilo se sintió empequeñecer de inmediato. Hasta ahora, salvo por el enorme minotauro que había dejado atrás, todo parecía acorde a su tamaño. Sin embargo aquel lugar era enorme y el pequeño sionarca se sintió intimidado al instante.


Las paredes, aunque débilmente iluminadas, estaban decoradas por exquisitos óleos que representaban escenas de ángeles y demonios provocando a humanos de formas tanto sensuales como crueles. En el centro de la sala, frente a él, había un enorme lecho circular de sábanas rojas. Al fondo de la estancia unos escalones daban a un ostentoso trono dorado de formas flamígeras orientado directamente hacia la puerta y el lecho. Y sentada en su trono, elegante y sensual, una esbelta figura de casi tres metros de alto, a una escala aún mayor que el resto de la sala, lo miraba con unos ojos rojos resplandecientes. Su piel azulada, parcialmente tapada por un sugerente vestido rojo que ensalzaba sus ya vertiginosas curvas, estaba llena de tatuajes cabalísticos que refulgían de un color rosado.


Sus ojos rojos se clavaron en los de Danilo, que no pudo evitar dar un paso atrás instintivamente hasta sentir la puerta a su espalda. Al parecer se había cerrado tras él. Una voz autoritaria resonó de los labios de aquel sensual demonio brillante de color morado: —Oh, por fin has llegado, sionarca. Soy la dueña y señora de este palacio. Mi nombre es Cornelia Cícero pero tienes prohibido dirigirte a mí de otra forma que no sea "Señora", ¿entendido?


Danilo bajó la mirada y asintió débilmente.


—No te he oído...


—Sí... eh... Señora —sus palabras salían de forma instintiva, como si su supervivencia dependiera de ello.


—Bien, ahora camina hasta el lecho.


La cama circular tenía un ornamentado dosel colgado de unas gruesas barras que ocultaba el interior de las miradas de quienes pudieran entrar en la sala. Algunas de esas barras eran de madera tallada con motivos similares a los de la puerta, otras de metal oscuro y brillante. Danilo estiró el brazo y apartó la delicada tela que cubría aquel lecho cuyo colchón le llegaba a la altura de la cintura. Miró el interior. Las cortinas formaban un semicírculo que cubría dos tercios de la cama, evitando así que cualquiera que entrase al dormitorio pudiera ver lo que estaba pasando al otro lado, mientras que al mismo tiempo la escena permaneciera completamente expuesta a quienes estuvieran observando desde el trono o sus escalones. Las sábanas eran de un tono morado tenue y rojo y en el centro había una figura femenina con piel de reptil. Estaba de pié sobre el colchón, atada por las muñecas a unas barras que cruzaban la parte superior del lecho y tenía una venda oscura alrededor de los ojos.


—Se llama Sil, es de raza amaru, y va a ser tu juguete sexual durante el tiempo que yo dictamine, ¿lo has entendido, esclavo?


—Sí, Señora, pero... nunca he dominado a nadie y...


—Adorable —le interrumpió la mujer-demonio con una malévola carcajada—, esto va a ser muy divertido. En este palacio no tienes que saber solamente obedecer. Así funcionan las cosas en este lugar. Si no estás de acuerdo, eres libre de marcharte siempre que quieras, pero recuerda que jamás podrás volver.


—Entiendo, Señora, pero no sé si me sentiré estimulado por... esta situación.


—¡Jajaja! —esta vez la risa resonó con fuerza por toda la habitación. —Esto no depende de ti, cachorro. Vas a obedecer órdenes, acatarlas sin dudarlo. Ahora tu placer está en nuestras manos, y solamente lo obtendrás cuando yo u otras Amas te lo permitan. Y ahora, Larissa querida, procede.


Danilo estaba paralizado, no tenía muy claro qué hacer. La mujer reptil era espectacular, esbelta, desnuda como estaba, su piel a medio camino entre humana y reptil. Le pareció ver que su cuerpo temblaba por la antelación. Estaba claro que aquella espera la excitaba enormemente. El pequeño zorro empezó a sentir un calor repentino que le recorría su propio cuerpo, un escalofrío atravesó su columna y sintió cómo las piernas le temblaban. Se sujetó en el borde de la cama y cuando bajó la mirada pudo contemplar la espectacular erección que tenía. "Pero, qué..."


—Te dije que leerte la mente no es lo único que puedo hacer con tu cuerpo... —dijo Larissa con voz pícara—. En este lugar estás a nuestra merced, cachorrito. Ahora, súbete al lecho y hazle a la esclava amaru lo que nosotras te ordenemos.


Danilo trató de revolverse pero al momento desistió. Miró a la gigantesca diablesa que lo atravesaba con aquellos ojos rojos y luego descendió con la mirada por el irresistible cuerpo de la indefensa criatura reptiliana. Le pareció ver el brillo de un líquido traslúcido deslizarse por el interior de los muslos de Sil. Sin duda una imagen que recordaría durante mucho tiempo.


Se subió a la cama de un salto ante la media sonrisa de Cornelia, y caminó lentamente alrededor de la mujer-reptil recorriéndola de arriba abajo con la mirada, como un animal salvaje examinando a su presa. Ella aceleró la respiración ante su presencia. Podía sentir sus pasos, el calor del hombre-zorro aproximándose, su aliento y su corazón desbocado. Danilo se aproximó a su cuello mientras la agarraba del largo cabello negro echando su cabeza hacia atrás. Ella emitió un débil gemido de sorpresa ante el violento gesto y comenzó a respirar fuertemente mientras Danilo recorría su cuello con sus labios, su lengua y sus colmillos.


Con la otra mano acarició sus pechos. El tacto de su piel era mucho más suave y cálido de lo que había imaginado en un primer momento. Descendió con la mano por su ombligo, lentamente, hasta llegar a sus muslos. Ella separó los labios y las piernas, invitando tanto a la boca como a los dedos del hombre-zorro. Ambos se fundieron en un beso apasionado y sediento.


 

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