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Xclavos (Parte 1 - Despertar)

doctoracifiero

Actualizado: 30 dic 2020


No sabía el tiempo que llevaría quieto y desnudo sobre el frío mármol. El líquido rosado todavía discurría por sus labios, caía viscoso por sus dedos y chorreaba colgando en un hilo hasta besar el suelo de una forma cremosa, casi sensual.


Cuando por fin abrió los ojos quedó deslumbrado por la luz que penetraba implacable por el tragaluz de la sala. Poco a poco comenzó a vislumbrar sombras borrosas, luego colores tenues que iban intensificándose a medida que sus ojos cobraban vida.


La estancia era circular, de mármol pulido con surcos en el suelo y un desagüe en el centro. Unas formas se agitaban en el interior de grandes cápsulas, flotando en el mismo líquido viscoso que todavía caía por su cuerpo desnudo. Estaban distribuidas formando un círculo siguiendo la pared, coronada por una oscura bóveda. La suya había quedado a su espalda cuando cayó hacia adelante. Estaba abierta de par en par y todavía chorreaba aquel líquido traslúcido en el que había estado sumergido hasta apenas unos minutos atrás. Aún se sentía algo mareado, pero tras toser el fluido que ocupaba sus pulmones y tomar aliento empezó a sentirse mejor.


Pasado un rato Danilo se incorporó. "Así que ese debía ser el trauma que había que pasar para obtener un cuerpo nuevo y ser admitido en el Palacio de Cícero..." pensó. Tampoco era para tanto. Quiso dar un paso hacia la entrada de la sala pero de nuevo cayó de bruces contra el duro mármol. Justo en ese momento escuchó una voz femenina en su cabeza.


—¿Aprendiendo de nuevo a caminar, cachorro?


El pequeño aparato que colgaba de su collar empezó a brillar ligeramente. "¿Me he imaginado aquella voz?" pensó.


—No, no te has imaginado nada. Soy Larissa. La inteligencia artificial que controla este palacio. Y estoy aquí para guiarte y ayudarte en todo lo que necesites —su voz era sensual con un ligero tono arrogante.


"También puedes leerme la mente, según parece."


—Oh, puedo hacer con tu cuerpo mucho más que leer tus pensamientos... —escuchó decir a la voz de su cabeza. Temió preguntar más—. Ahora, toma aliento y levántate. Te costará un tiempo acostumbrarte totalmente a tu nueva forma física, pero poco a poco irás adquiriendo tus nuevas habilidades.


"Nuevas habilidades...". Danilo no recordaba detalles, pero sentía una mezcla de curiosidad y expectación que le vencía. Hizo un esfuerzo y logró incorporarse sobre sus patas traseras.


…porque sí, eran patas. No había otra forma mejor de describirlas: sus piernas, ahora mucho más corpulentas, estaban cubiertas de una densa capa de pelo corto y terminaban en unas zarpas similares a las de un perro o un zorro. Sus brazos, como la mayoría del resto de su cuerpo, estaban recubiertos del mismo pelo corto y marrón-rojizo que sus piernas... patas.


Se dirigió a la puerta de acero negro que había en una de las paredes de la sala y pudo escuchar una algarabía al otro lado. Parecía una auténtica orgía llena de gemidos orgásmicos, estridentes carcajadas femeninas, ruidos de golpes... O eso quiso creer.


—No, no hay nada al otro lado. Ahora tienes un oído mucho más agudo. Acabas de escuchar lo que está sucediendo en otro lugar distinto del palacio, posiblemente en la cámara de juegos del sótano. No está mal, ¿eh? Ahora dirígete a la sala de reconocimiento.


Cuando estiró el brazo para girar el elegante pomo plateado se quedó atónito al ver sus manos: seguían teniendo la forma de manos humanas... más o menos. Sus dedos eran más gruesos y largos, y en vez de uñas estaban terminados en unas pequeñas garras.


La sala que había al otro lado de la puerta era blanca e impoluta. Una luz deslumbrante irradiaba de unas esferas en el techo que reflejaban inmisericordes en las paredes, terminadas en esquinas ovaladas. Parecía más una bañera gigante que una sala de reconocimiento. En la pared opuesta había una puerta muy similar a la que acababa de atravesar. A su derecha había algo parecido a una cama de quirófano con utensilios colgados del techo y a su izquierda un gran espejo que llegaba hasta el suelo y se perdía hacia arriba en la oscuridad. Siguiendo las instrucciones de Larissa, Danilo se colocó delante del espejo. Desde allí pudo ver el reflejo de su nuevo cuerpo, la viva imagen de un zorro antropomórfico: grandes orejas puntiagudas, el hocico alargado con unos graciosos bigotes negros... ¡Hasta tenía una tupida cola rojiza y blanca! Y sin embargo su anatomía seguía siendo principalmente humana, aunque mucho más corpulenta. Caminaba erguido sobre sus patas traseras y sus ojos y labios eran los mismos que recordaba de su forma humana. Le gustaba aquel nuevo cuerpo, primitivo y musculoso.


—Análisis completado del individuo macho de especie sionarca. Estás en perfecta forma y listo para la iniciación —escuchó decir a Larissa en su cabeza. Cuando alzó la mirada le pareció ver en el reflejo una voluptuosa figura femenina alada flotando detrás de él. Pero cuando se volvió la habitación estaba vacía. La figura seguía en el reflejo, no obstante, desnuda y hermosa, mirándole a través de una venda negra que cubría sus ojos—. Parece que te gusta lo que ves... No está mal conocernos en persona, cachorrito. Vas a pasar muy buenos ratos con ese nuevo cuerpo que te he creado... Si es que las Amas te dejan. —añadió terminando en una risa pícara. Acto seguido, el reflejo de aquel ángel se desvaneció.


***


La salida de la sala de reconocimiento daba a un claustro cuadrado cuyos arcos estaban tallados con figuras de piedra representando criaturas antropomórficas copulando con otras figuras femeninas. En el centro, un jardín con una hermosa fuente con forma de hidra de cuyas cabezas caía el agua derramándose sobre el cuerpo de unas esbeltas esculturas humanoides que aceptaban el líquido con actitud extasiada. El sonido de los pájaros y del agua combinado con el olor de los limoneros y las flores daba al conjunto una sensación de paz casi espiritual.


Cuando el zorro salió por la puerta y alzó la vista pudo sentir cómo se le dilataban las pupilas ante la enorme mole de músculo con cuernos de dos metros y medio y aspecto bóvido que estaba de pie ante él. Su piel gruesa y oscura contrastaba con el colgante que brillaba en su collar, idéntico al de Danilo.


—¿Nunca has visto un minotauro, novato? —El pequeño zorro no respondió, paralizado como estaba.


—Evidentemente no, Cal —dijo Larissa, resonando en las mentes tanto de Danilo como del minotauro—, intenta ser amable y no inducirle un ataque al corazón nada más salir de la cápsula.


—Sígueme, pequeño —dijo el musculoso ser con un gruñido. Y sin esperar respuesta se dio la vuelta y comenzó a caminar por los arcos del claustro. Sus pisadas retumbaban bajo los pies de Danilo—. Vamos, no tengo todo el día. Si quieres explorar por tu cuenta adelante, pero te aviso que esto es un maldito laberinto.


Danilo se apresuró a seguir al enorme hombre-toro al interior del edificio, que le fue dirigiendo a través de incontables pasillos de mármol y escalinatas de moqueta roja. La imagen de aquel palacio era magnífica y cálida, iluminado en su totalidad por fuego sintético de distintos colores en función de dónde estuvieran.


Pasaron por innumerables estancias, algunas adornadas con cortinas rojas, luces tenues y espejos reflejando paredes de cálida madera oscura; otras de luces azules, con cadenas en vez de cortinas, y cuadros y esculturas representando escenas de dominación y sumisión.


Algunas de ellas estaban cerradas por dentro y Danilo pudo escuchar, gracias a sus finos oídos, los murmullos, las risas y las órdenes que las Amas daban a sus esclavos, los cuales respondían con voz baja y sumisa. Escuchó cómo gritaban de dolor o gemían de placer a través de los muros. Otras salas estaban abiertas y vacías, preparadas para albergar las fantasías de alguna de aquellas Amas y sus esclavos. Una de las salas por las que pasaron tenía las puertas abiertas y el hombre-zorro vio cómo una hermosa y voluptuosa mujer vestida con una larga túnica negra clavaba unos afilados tacones sobre el cuerpo atado de un esclavo con cuerpo de perro, mientras otro, este con un aspecto de oveja, estaba arrodillado a su lado con los brazos extendidos sujetando un cojín sobre el que el Ama había dispuesto unos artilugios que Danilo no supo reconocer. Por un instante el joven zorro vio que el Ama examinaba a la enorme mole que era su compañero con arrogancia y una chispa de deseo en la mirada, a lo que Cal pareció no atender mientras pasaban de largo la estancia.


Justo antes de pasar de largo la sala, Danilo pudo ver por el rabillo del ojo una figura femenina que había postrada en el fondo, como si de un objeto decorativo se tratase. Sus miradas se cruzaron unos instantes. Aquella mujer-gato de pelaje azul y gris tenía unos ojos rasgados arrebatadoramente hermosos y un colgante igual que el de los dos esclavos que el ama estaba dominando, todos ellos copias prácticamente exactas de los que colgaban del cuello del minotauro y del sionarca.


—Sí, en este palacio no todos los esclavos son machos. La mujer-gato que estás saboreando con la mirada, también llamadas tabby, se encuentra en un sector diferente del palacio junto con el resto de esclavas. No se permite que los distintos géneros conviváis a menos que algún ama determine lo contrario. Con suerte quizás coincidáis en alguna sesión si es el capricho de alguna, o si caes en gracia a la mismísima Señora Cícero.


—¿Cícero...? ¿Así que de ahí viene el nombre del Palacio?


—Señora Cornelia Cícero —interrumpió la voz profunda de Cal al escuchar la voz de Danilo en voz alta—. En unos instantes tendrás el "placer" de conocerla —añadió el minotauro saboreando cada palabra.


Continuaron caminando hasta llegar a un pasillo oscuro, de techo alto y moqueta roja con ribetes dorados. Al fondo, un par de antorchas de piedra y llamas moradas daban al recibidor un ambiente de otro mundo. La luz morada iluminaba débilmente una enorme puerta de roble tallada con figuras demoníacas de sensuales curvas imposibles que se mecían al ritmo de las lentas llamas. El aroma era evocador, excitante y Danilo pudo sentir cómo sus patas empezaban a caminar hacia la puerta, dejando atrás al que hasta ahora había sido su compañero y ahora parecía estar muy lejos de él.


—La Señora te está esperando para la iniciación, pequeño —dijo Cal a su espalda—. Y no le gusta que la hagan esperar.


El sionarca puso ambas manos en los grandes pomos fríos y negros, tomó aliento, y entró en la sala.


 

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