Cal había esperado en la entrada de los aposentos de su Señora durante demasiado tiempo. Estaba impaciente, pero sabía que no le quedaba más remedio que esperar a que terminase la iniciación del nuevo esclavo.
El minotauro todavía recordaba intensamente su propia iniciación. A pesar de haber llevado un tiempo en aquel palacio sentía como si hubiera sucedido ayer mismo. Las normas eran claras: cada vez que llegaba un esclavo nuevo éste era llevado ante Cornelia y ella decidía cómo iniciarlo. No había una fórmula estricta, ya que dependía del capricho de la diablesa además del rol para el que el esclavo fuese concebido. Por ello no existían dos iniciaciones iguales.
Mientras escuchaba los gemidos al otro lado de la puerta se deleitó en el recuerdo de aquel encuentro pasado, y no pudo evitar preguntarse cómo sería la iniciación de aquel pequeño hombre-zorro que acababa de despertar.
"El minotauro esperando en la puerta, casi a oscuras, mientras la diablesa se divierte con sus nuevos juguetes" pensó Cal con cierta irritación. Cuánta injusticia. Se sentía tremendamente excitado ante lo que oía al otro lado. Se giró hacia la hoja de la ornamentada puerta. Sería tan sencillo abrirla ligeramente y observar desde las tinieblas del recibidor...
El musculoso hombre-toro no pudo evitar empezar a tocarse mientras escuchaba e imaginaba. Al cabo del rato no pudo resistirlo más y, con el corazón desbocado por la excitación y la adrenalina, entreabrió ligera y silenciosamente la gruesa puerta de madera.
En silencio observó lo que ocurría al otro lado, y la visión del interior le dio un vuelco al corazón.
Ahora que la puerta estaba entreabierta podía escuchar el inconfundible tono de voz de Sil, la amaru. La mujer-reptil estaba en la escena junto con Cícero y Danilo. "Ese hombre-zorro con suerte..." O quizás no tanta: en el momento en que los ojos del minotauro se posaron sobre el lecho pudo ver tres sombras al otro lado del dosel, proyectadas gracias a las siniestras luces procedentes del trono de Cícero, ahora vacío. Las sombras eran más que suficiente para saber lo que estaba ocurriendo aun sin ver nada: El pequeño zorro estaba inmovilizado sobre el lecho, posiblemente atado. Sobre su rostro cabalgaba fogosamente la sinuosa mujer-serpiente, que no dejaba de gemir mientras el zorro lanzaba murmullos ahogados y tomaba aliento con dificultad cada vez que ella le dejaba un respiro. Cícero estaba reclinada sobre ambos y estiraba una mano para acariciar por momentos el colgante de la esclava mientras con la otra sujetaba fuertemente el escroto del sionarca. Estaba claro el uso que aquel pequeño zorro tenía asignado.
Cal se relamió ante la visión y el sonido de la hermosa Sil, a la cual no esperaba haber encontrado en aquel lugar... Sin duda Cícero tenía planes para ella. Hacía tiempo que el minotauro la admiraba y deseaba. Quería yacer con ella, pero los esclavos no tenían permitidas tales cosas a menos que un Ama lo permitiese, y hasta ahora no había tenido la suerte.
Se siguió masturbando furiosamente desde las tinieblas de su escondite. Quería eyacular. Necesitaba eyacular. Pero no podía. Cada vez que estaba a punto de alcanzar el orgasmo el gran minotauro lo sentía alejarse, como una presa esquiva. Los esclavos no tenían permitido eyacular a menos que un Ama lo autorizase, para lo cual era necesario que sujetasen o tocasen el colgante del esclavo o esclava al que quisieran regalar aquel premio. Pero él seguía intentándolo... Ojalá estuviera allí con Sil y su Señora. "Aunque posiblemente los roles serían diferentes" pensó con una maliciosa sonrisa. De pronto un susurro a su espalda lo sorprendió.
—Oh, para ser un guardián guardas muy mal los secretos de tu Señora... —Se volvió para mirar a la que había emitido aquella frase susurrada—. Un pajarito me ha dicho que podría encontrarte aquí in fraganti, aunque veo que te he interrumpido...
Aquella voz provenía de un Ama que lo miraba fijamente. La misma Ama que había clavado su mirada en él cuando dirigía al zorro en dirección a los aposentos de Cornelia. Entonces lo había mirado con desdén y deseo, y aquella mirada no había cambiado, aunque ahora contenía la chispa de la antelación. A los pies de su larga túnica negra, la pequeña Ester, mujer-gato, se arrodillaba abrazando las largas piernas de la dómina. Ambas recorrían de arriba abajo la corpulenta y primitiva anatomía de aquel hombre-toro.
—Pobrecito... ¿Quieres correrte, grandullón? Dame una sola razón para permitirme hacer que tu inútil miembro eyacule.
"Inútil". De inútil no tenía nada. Aquella engreída no tenía ni idea de lo que Cal era capaz de hacer con él.
—Puedo dejar sin aliento al Ama de más aguante que venga a este lugar —dijo sin alzar la voz, pero abiertamente ofendido.
—Respuesta incorrecta... ¿Ester?
En ese momento la mujer-gato se desenroscó de la pierna de su Ama y con actitud sugerente fue acercándose a cuatro patas en dirección al enorme minotauro cuyo miembro erecto todavía estaba húmedo de la excitación. La esclava se puso de rodillas y comenzó a succionarlo con sus labios y una mano mientras con la otra acariciaba el escroto del hombre-toro, el cual no pudo contener un gruñido reprimido.
—Vas a mostrar un poco de respeto a tus superiores. Ahora, guardián inútil, quiero que sigas mirando por esa rendija lo que ocurre en esa cama y no puedes poseer. No se te ocurra apartar la mirada, ¿entendido?
El gran minotauro contuvo el aliento ante la sensación de la suave boca y las manos de la hermosa Ester, mientras miraba a Sil cabalgar el rostro asfixiado de Danilo mientras imaginaba cómo cambiaría las tornas si fuese él el que estuviese ahí y no aquel obediente y sumiso hombre-zorro.
—Eres atractivo, de eso no hay duda—dijo mientras se aproximaba y pasaba una uña por uno de los grandes pectorales del minotauro, recreándose en el pezón. Cal gruñó al sentir el dedo clavándose en su piel—, pero ahora quiero que me digas lo inútil que eres como guardián, mino.
—¿Y por qué... ah... iba a decir yo una cosa así? —la mujer gato aceleró el ritmo justo cuando Cal comenzó a hablar, haciéndole articular las palabras con dificultad.
—Oh, vale, si no quieres, tendré que dejarte a medias —dijo con desdén. Y con tono severo añadió: —No se te ocurra apartar la mirada de la puerta.
El Ama acarició la ancha espalda y las duras nalgas del esclavo, que apretaba los dientes ante la encomiable destreza de la mujer-gato. Luego le dio un fuerte azote que resonó en todo el pasillo. Cal volvió a gruñir.
En ese momento, el minotauro sintió un dedo acariciar su ano. Trató de resistirse pero las piernas no le respondían. El dedo comenzó a introducirse, poco a poco, suavemente, y luego comenzó a explorar el interior. El musculoso Cal no pudo callar un pequeño gemido mientras cerraba los ojos cuando el Ama comenzó a acariciar su próstata. Se sujetó contra el marco de la puerta, lo cual inconscientemente expuso más su ano.
—¿Vas a decirlo ahora, guardián inútil? Y abre los ojos, no te pierdas nada de lo que no puedes tener.
Cal necesitaba correrse desesperadamente, pero no podía. Había alcanzado el límite tantas veces que había perdido la cuenta. Abrió los ojos con dificultad. Las tres sombras del lecho habían cambiado. Ahora parecía que Sil cabalgaba sensualmente el miembro del zorro el cual tenía la sombra de Cícero muy cerca de su rostro. Era posible que la diablesa estuviese restregando su enorme miembro por la cara del joven sionarca. Sil gritaba de placer y podía escuchar claramente los insultos que Cícero profería al novato.
—¿Te gusta ver a tu Señora abusar de los nuevos? —El Ama examinó el gesto de su esclavo unos segundos antes de continuar, siempre sin dejar de acariciar la próstata de Cal que no podía evitar emitir gemidos ahogados de placer—. Tú eres un tipo duro... No, lo que creo que tú deseas en realidad es a la chica-serpiente. Seguro que puede meterse entera en la boca esa inútil polla tuya sin apenas sentirla... Te gustaría, ¿verdad? Te gustaría correrte en su boca... Quizás puedas imaginarte que es ella la que te la está chupando ahora... ¿Quieres correrte en su boca, mino...?
—Sí... —admitió el enorme minotauro entre dientes mientras el placer se intensificaba y su miembro duro chorreaba de la saliva de Ester que seguía succionando apasionadamente. Su mirada felina estaba clavada en los ojos de Cal.
—Entonces, dilo: ¿Qué eres?
Cal contuvo la respiración de nuevo, sin apartar la mirada del lecho. Estaba sudando a borbotones. El placer era intenso y frustrante. Quería eyacular, lo necesitaba más que nunca.
—Soy... un... ah...
—¿Un...? —La mujer señaló con la mano libre a su oído. —Solo tienes que decirlo, y haré que te corras en su boca. Ella está sedienta de tu leche, solo son dos palabras...
Los movimientos de la lengua de la gata se aceleraron, el dedo caprichoso del Ama seguía en su punto, inagotable. Cal no podía aguantarlo más.
—Soy... un... guardián inútil.
—¡Jajajaj! —La risa del Ama tuvo que escucharse dentro de la sala, pero quienes allí estaban no parecieron prestar ninguna atención. El Ama rozó suavemente el colgante de Cal que emitió un sonoro gemido, pero acto seguido se alejó. Tan suavemente como había entrado, el dedo salió de su lugar—. Ester, querida, ven conmigo, tenemos otras cosas que hacer más interesantes que jugar con este guardián inútil.
El Ama se alejó seguida por la mujer-gato, mientras el minotauro caía de rodillas desesperado. Sintió cómo su semen se derramaba lentamente en el suelo de piedra, pero no era capaz de sentir orgasmo alguno, tan solo el placer remanente de la felación.
Ya en la distancia, el Ama se volvió en el pasillo y añadió despectivamente: —Si realmente quieres sentir un orgasmo, primero tendrás que satisfacerme. Ven a mis aposentos esta noche si lo deseas, guardián inútil. Pero recuerda: este lugar no es para tu placer, sino para el nuestro.
La hermosa Ama se dio la vuelta y su larga túnica desapareció tras la esquina, seguida por la sumisa esclava que todavía se relamía en silencio. Cal escuchó arrodillado el sonido de los afilados tacones alejarse en la distancia, mezclado con los gritos orgásmicos de Danilo corriéndose en el interior de Sil.
~Draci
¡Gracias por leer este relato corto! Espero que lo hayas disfrutado igual que yo he disfrutado escribiéndolo.
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