—Vaya, Haquil, eres una caja de sorpresas. ¿Eres tú el de la estatua?
—Mi padre, Creadora. Aunque entiendo la confusión. Y se podría decir que sí, ya que tras su muerte yo tomé el rol que él tenía en este lugar.
—¿Y qué rol era ese? —Xera lo miraba con fascinación. Por un instante su delicado rostro volvió a reflejar aquella genuina curiosidad casi infantil que tanto la caracterizaba. Dayana no pudo evitar esbozar una ligera sonrisa.
—Era uno de los Guardianes. Mi raza, los Ornes, teníamos el cometido de proteger y mantener el Puerto y guiar a los viajeros. —El "Puerto", sonaba extraño para tratarse de un templo en lo alto de un cerro. Pero Haquil parecía todavía menos hablador que de costumbre. Quizás llevaba demasiado tiempo aislado. De pronto su mirada se clavó en el bastón que llevaba Dayana y enmudeció de golpe—. ¿Ese bastón...?
—Es un regalo —terminó Dayana, frunciendo el ceño con intriga.
—Es mucho más que eso —añadió enigmáticamente—. Tengo un asunto urgente, enseguida vuelvo. Acto seguido extendió sus fuertes alas y ascendió volando a la copa del árbol, desapareciendo entre las grandes ramas y hojas azules brillantes. Xera y Dayana se miraron extrañadas mientras perdían de vista a su antiguo guía. Unos minutos más tarde escucharon el sonido de un mecanismo proveniente del interior del tronco del árbol, que permaneció inalterable a pesar de que parecía estar lleno de engranajes. Sonaba como un sistema de relojería, con un tic-tac rítmico y constante, pero siguiendo extrañas y complejas secuencias que lo hacían completamente distinto a los antiguos relojes de cuerda que Dayana conocía.
Sin previo aviso el enorme árbol empezó a vibrar, y las hojas empezaron a destellar los reflejos del sol. Entonces las dos mujeres pudieron ver que cuatro de las grandes ramas, aparentemente sólidas, tenían en realidad un mecanismo en la base y empezaban a moverse. Cuando quisieron darse cuenta habían rotado orientando las hojas azules hacia un punto en la lejanía de aquel desierto multicolor.
—Son... como espejos —murmuró Xera.
Dayana entonces se percató. Efectivamente las hojas dirigían los destellos del sol hacia aquel lugar invisible en mitad de las violentas dunas. Ambas se asomaron de nuevo a uno de los balcones de la plaza y durante unos minutos intentaron ver hacia dónde dirigía Haquil aquellas señas luminosas.
—¿Qué es lo que hay allí...?
Sin previo aviso un fulgor cegador les obligó a taparse los ojos. Provenía de aquel punto al que Haquil había apuntado con los reflejos de las hojas brillantes.
Su llamada había sido escuchada.
***
"Ahora solo tenéis que esperar a que vengan a buscaros, Creadora."
Pasaron varias noches en aquel templo. El recinto tenía varios edificios, como si de un diminuto pueblo de piedra se tratara. Algunos de ellos parecían zonas residenciales, otros eran algo parecido a almacenes.
Sin duda había tenido mucha vida en su momento álgido. La plaza central había sido modificada para convertirla en un huerto que habría servido de sustento a los menguantes Guardianes tras la partida de su Creador. Ahora tan solo una de las torres y alguno de los edificios estaban en un estado suficientemente bueno como para que fuese prudente acceder, aunque era más que suficiente para el único habitante del lugar y sin duda sobraba espacio para acoger también a Xera y Dayana cómodamente.
Durante varios días estuvieron ayudando a Haquil con lo que parecían ser los preparativos de un largo viaje. Empaquetaron provisiones y diversos artilugios en cajas de madera que luego subían a lo alto de la torre gracias a un extraño ascensor mecánico. A continuación las almacenaban en una plataforma que había en uno de los pisos superiores de la torre, cerca de una de las ramas superiores de las que colgaba uno de los enormes aros metálicos. Las jornadas eran duras pero Dayana se alegró de sentir el trabajo físico de nuevo tras el tiempo onírico que estuvo con los Bodu. Pasaron varios días con los preparativos y, cuando terminaron, Haquil se dejó ver con menos frecuencia, casi siempre esperando en lo alto de la copa del árbol, inalcanzable y vigilante.
Unos días más tarde, una clara mañana cualquiera, Dayana había abierto unos armarios donde encontró un liviano vestido de seda fina. Casi al instante pensó que aquella túnica azul con cinturón dorado quedaría espectacular en Xera. Casi al momento de pensarlo una lágrima se deslizó por su mejilla. Casi no se habían hablado desde su pelea en el poblado de los Bodu y, cando lo hacían, la joven élfide parecía dirigirse a ella con aquel respeto temeroso que había visto en su hermana Frey o en Haquil.
Tras recomponerse de sus pensamientos, Dayana no pudo evitarlo y se probó las recién descubiertas ropas. Su figura quedaba remarcada por el cómodo tejido que se adaptaba a sus curvas y ensalzaba su belleza. Quizás no estaría mal quedárselo, pensó sonriente mientras se miraba al espejo con los ojos todavía enrojecidos.
Decidió salir a explorar los lugares recónditos del gran templo, otrora imponente. Recorrió el huerto en dirección a las ruinas del otro lado, siempre tratando de no dañar su vestido nuevo. El sonido del agua de la fuente cercana y el aroma frutal de la brisa eran relajantes. Sin duda otro oasis de paz y plenitud en aquel planeta inhóspito. La mujer tuvo la certeza de que aquel, al igual que todos los lugares paradisíacos que había visitado desde que llegó en su nave, había salido de la pluma de Alex. Al menos en este, a diferencia de la jungla de los Bodu, la naturaleza había sido contenida con el incalculable esfuerzo de los Guardianes que, sin lugar a dudas, se habían afanado en mantenerlo desde la partida de su Creador hasta el inevitable declive de sus gentes. Seguramente habrían acabado perdiendo la esperanza, pensó Dayana con mirada sombría. Posiblemente lo abandonasen tras un tiempo, no sin antes dejar a un puñado de los suyos para cuidarlo y mantenerlo, como el que preserva una obra de arte irrepetible y por tanto de valor incalculable. Un fuego ardió en los ojos oscuros de la humana, que no pudo evitar imaginar de nuevo el sufrimiento infligido por el capricho de aquella megalómana desprendida de toda humanidad.
En ese instante, el sonido de unas alas agitándose proveniente de las ruinas la sacó de sus oscuros pensamientos.
Dayana se acercó al muro bajo de piedra que rodeaba el huerto para escuchar mejor. El aleteo fue acompañado de unas risas y después de un gemido. Provenía del otro lado, donde se alzaban unos pocos árboles formando un pequeño jardín en el interior de lo que parecía una villa en ruinas.
Cuando Dayana se acercó a la esquina del muro lo primero que vio fueron las grandes alas del hombre-halcón. Luego su ancha espalda y su cuerpo desnudo. Los movimientos rítmicos de sus caderas humanas parecían un baile sensual. Finalmente logró ver sus brazos alzados sujetando las esbeltas piernas de color gris de la élfide. Haquil se impulsaba con sus fuertes alas hacia adelante y atrás con la potencia de su cuerpo mientras la joven yacía sobre una tabla. Sus gemidos de placer eran ensordecedores.
Dayana se ocultó apoyándose contra el muro apartando la mirada y resopló. Sin duda Xera había vuelto a sucumbir a los encantos afrodisíacos de Haquil y sus feromonas. Seguramente no se habría resistido a ellos, pensó Dayana con una leve sonrisa. No estaría mal tener alguna de aquellas cualidades que hacían al hombre-pájaro tan irresistible. De verdad esa gente llevaban el sexo al extremo de la pornografía dura, pensó. Pero al momento no pudo negar que, a pesar de lo exagerado de la escena que acababa de ver, se sentía excitada. No habían hecho ningún esfuerzo por ocultarse demasiado, y sin duda no tenían intención de permanecer silenciosos. Aquella falta de pudor la excitaba todavía más, aunque al poco comenzó a sentirse incómoda ante la situación.
—Me ha... ah... parecido escuchar a Dayana... —escuchó decir a la joven élfide entrecortada por los envites de su amante.
—Si la Creadora quiere mirarnos, que lo haga —respondió el hombre-halcón. Xera gimió aún más fuerte.
Oculta tras el muro, Dayana siguió escuchando la escena en todo su esplendor, sin atreverse a volver a mirar. Al sonido del chocar de ambos cuerpos y los gritos de placer de Xera se empezaron a sumar otros gemidos, estos masculinos, provenientes de Haquil. Dayana no pudo resistirlo más y descendió una mano por debajo de la fina túnica. Estaba empapada, y como para no estarlo. Comenzó a masturbarse furiosamente y tuvo que taparse la boca cuando alcanzó un orgasmo. La voz de Xera se escuchó al otro lado.
—Quiero sentirlo en mi boca —suplicó.
Dayana estaba segura de que no les importaría en absoluto que ella les interrumpiera para unirse. Se asomó tímidamente de nuevo. No quería perdérselo.
Xera se había tumbado boca arriba, con los hombros en el borde de la tabla y la cabeza echada hacia atrás. Haquil la sujetaba de la nuca mientras introducía su miembro en la garganta dispuesta de la joven de orejas puntiagudas. Acto seguido comenzó a follarle la boca. Dayana abrió los ojos ante la imagen. Aunque esta vez Haquil parecía tener más cuidado, siguió introduciendo una y otra vez su miembro en la sensual boca de Xera profunda y primitivamente. Dayana no pudo evitar seguir tocándose mientras los miraba boquiabierta y escuchaba los gritos de Haquil en el momento en el que derramaba su semen en la boca, la cara y el cuerpo de la bella élfide.
Cuando Dayana regresó a sus aposentos en la torre cerró la puerta por dentro y se apoyó en la madera fría. Cerró los ojos y trató de controlar su respiración desbocada durante unos segundos. Se sentía tremendamente excitada por la imagen de los dos amantes, los gritos de placer de Xera y las fuertes embestidas de Haquil. Ojalá ella tuviera esa capacidad de encender el instinto sexual en cualquiera que estuviera cerca, pensó. Pero también comenzó a sentir una tremenda soledad. No pertenecía a ese mundo, y posiblemente jamás lo hiciese. Con lágrimas en los ojos casi deseó no haber pisado jamás aquel planeta. Cuando por fin los abrió su mirada reparó en el cinturón de bolsitas que la chamán Bodu había entregado a Xera. Se aproximó y extrajo una de las pequeñas esferas aceitosas. La observó unos instantes sentada en la cama que tanto deseaba compartir con la élfide y, tras meditarlo, se tumbó, se subió la delicada túnica y se la introdujo en la vagina.
Las siguientes horas en aquella habitación pasaron en cuestión de segundos.
***
Dayana sintió que caía por un vacío eterno, el olor de los aceites y el sabor amargo en la boca fueron poco a poco sustituidos por el desagradable salitre en la nariz y el sabor intenso del agua de mar. Tras unos minutos que le parecieron horas, despertó en la playa en la que había aparecido cuando su nave se estrelló. Miró a su alrededor. El cielo rojo no calentaba lo mismo que entonces y la arena estaba seca, a diferencia de aquella vez.
El océano había retrocedido, y su nave se encontraba en pie, completamente reparada y funcional, en la entrada de la bahía. Se la quedó mirando unos minutos, sin entender del todo lo que ocurría. Cuando se recuperó de la confusión comenzó a recapitular. Sin duda aquello era obra de los aceites de las hierbas. Pero no esperaba un efecto como aquel y jamás habría imaginado que la Arena la llevase hasta la playa donde todo había comenzado… mucho menos que reparase su nave, invitándola a marcharse.
Mientras caminaba por la bahía ahora seca en dirección al vehículo recordó todo lo que había vivido en aquellas últimas semanas. Había encontrado revelaciones, tanto a nivel personal como de la realidad que la rodeaba. Se había enamorado de una criatura alienígena, había descubierto que tenía el poder de vivir feliz el resto de sus días y ahora, en la soledad que su don de Creadora le impondría siempre, había sentido la necesidad de marcharse y dejar aquel paraíso atrás, para no volver jamás.
Sin saber muy bien porqué, se dio cuenta entonces de que no quería irse. Extrañamente, sentía una intensa responsabilidad sobre unas criaturas con las que no había creado vínculo alguno, en un mundo gobernado por una tirana caprichosa. Entonces recordó a Xera y lo mucho que ella mencionaba a su hermana en los momentos en los que ella y Dayana descansaban tras alguna de sus noches frenéticas. Noches que con toda probabilidad difícilmente volverían.
Suspiró y siguió caminando, pero ahora cada pisada le costaba más. Su nave seguía allí, rodeada por arquitectos inmóviles. Brillante bajo la luz de las estrellas, la invitaba a regresar a un mundo más complejo y también hermoso, pero igualmente cruel. Y se dio cuenta entonces de que en aquel planeta de artefactos y secretos le costaría bastante ser feliz. A pesar de ello, sentía que por encima de todas las cosas era en esa tierra de mares de dunas y cielos sangrientos donde podría hacer algo bueno por otros, aunque fuese sin la criatura a quien amaba. Y aquello era suficiente para ella.
En ese instante y sin previo aviso, el círculo de arquitectos se iluminó con un destello rosáceo, y momentos más tarde su nave explotó en mil pedazos. La detonación arrojó a la joven varios metros en el aire. Cayó pesadamente sobre la arena y trató de mirar hacia los restos de lo que quedaba de su única vía de escape de aquel planeta: La nave, ahora convertida en un montón de chatarra de acero ardiente, era completamente irreparable.
Tras un rato meditando iluminada por los pedazos llameantes por fin se incorporó con un gemido de dolor. Y entonces, lo vio. Un pequeño reflejo rojo sobresalía semi-enterrado en la playa, a pocos metros. Cuando se acercó a tomarlo en sus manos se dio cuenta de que se trataba de un extraño anillo de plata blanca, en cuyo centro una corona era remachada por un rubí que brillaba reflejando las llamas que había esparcidas por la bahía. Entonces se dio cuenta de que así era todo más fácil. Necesitaba deshacerse de la posibilidad de huir de aquel lugar para realmente abrazar su destino como Creadora. Se llevó las manos al rostro al comprender aquel extraño designio de la Arena.
Otro secreto se revelaba ante ella. Uno más de los que la Arena ocultaba. Sin dudarlo demasiado se puso el anillo en uno de sus dedos y acto seguido su cuerpo se desvaneció de la playa como si nunca hubiera estado allí.
***
Dayana estaba empapada en sudor y tenía el pulso acelerado por lo que acababa de suceder. Intentó recomponer su confusa mente antes de darse cuenta de dónde estaba. Cuando recobró la visión se percató de que se encontraba tumbada en la misma cama donde había extrañado a su amada. Apretó las suaves sábanas con los puños y trató de recordar.
Tras ponerse el anillo había visitado en cuestión de segundos todos los lugares que había visto en aquella isla, y algunos que jamás habría imaginado. Habían sido destellos momentáneos, demasiado rápidos como para concentrarse en uno solo, pero más que imágenes tenía la certeza de que el anillo que ahora brillaba en su dedo la había transportado físicamente a todos ellos. Le había costado tanto evitar marearse, y pasados unos angustiosos segundos en aquella vorágine de algún modo había logrado controlar aquel vórtice y regresar a donde se sentía más segura.
Cuando logró recomponerse se incorporó en el lecho. La puerta de la habitación estaba abierta y un suculento plato de pescado la esperaba en una mesita. El olor de la comida desató un hambre intensa que hasta ahora su cuerpo había ignorado. En el instante en el que fue por la comida Xera apareció en el umbral.
—No debería hacer eso tan a menudo, Creadora. —Su tono parecía severo, lo cual dejó helada a Dayana. Jamás había visto a Xera con semejante actitud—. He vivido en compañía de Alex, he tenido ocasión de hablar con Haquil, y de compartir conocimientos con la chamán Bodu, y creedme si os digo que sé de lo que hablo. Ya sé que creéis poder hacer lo que queráis sin consecuencias pero las necesidades pueden convertirse en círculos viciosos. Y corréis el riesgo de perderos en ellas.
—No he podido evitarlo, tras veros en el jardín del otro lado del huerto... tampoco es que tú reprimas tus impulsos, Xera.
—¿A qué ha venido…? —comenzó Xera sin ocultar su frustración. No obstante tragó saliva antes de continuar y tratando de forzar su tono servil añadió—. Creadora, lo digo por su bien y por el de todos los demás.
—Xera, no soy como esa líder arrogante. No tengo intención de caer en ningún círculo vicioso —dijo Dayana. Apartó la mirada hacia el dedo en el que todavía refulgía rojo el anillo de plata. Bastaría con un pensamiento para esfumarse de aquella habitación y aparecer en lo alto de la copa del árbol, donde Xera no podría molestarla.
Xera se aproximó al lecho y se sentó a su lado. Se la quedó mirando con una ligera extrañeza.
—Oye, Day, ehm… Creadora —susurró—. La noto diferente. Como si un aura… es como cuando...
—¿Como cuando estás con Haquil?
Xera enmudeció unos segundos. Asintió bajando la mirada, como si depronto comprendiese.
—¿Sabes que no necesitas esas hierbas para que la Arena responda a tus necesidades, verdad? Creo que puedo enseñaros.
En ese momento Haquil apareció en la puerta.
—Ya han llegado. Nos están esperando —dijo mientras miraba a través del ventanal de la habitación.
Ambas miraron en aquella dirección. En lo alto del cielo rojo, una sombra oscura y ovalada se aproximaba. Flotaba en los cielos como una nube, descendiendo en dirección al Puerto. Se trataba de un dirigible, hecho de un material parecido al cuero, parcheado por los años y de maderas raídas. El navío, de varias decenas de metros de longitud, se mecía por los vientos. Y volando cerca de él, una segunda figura de grandes alas planeaba en círculos a su alrededor.
[siguiente capítulo: "Salvadora" próximamente]
¡Gracias por leerme! Este es un fragmento actualizado de "La Arena Exuberante", mi primera novela corta, que iré publicando en este blog poco a poco. Para leer el relato completo, puedes seguirme en Twitter donde anunciaré cada vez que publique una parte nueva. Si no quieres esperar, puedes descargarte la edición anterior de forma gratuita desde el listado de mis obras. Allí encontrarás dónde leerla completa.
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