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La Arena Exuberante (Parte 5 - En el Templo de los Secretos)

doctoracifiero

Actualizado: 21 nov 2020


Las nubes se tornaron grises en minutos y, sin previo aviso, comenzaron a descargar una torrencial lluvia sobre la cima en la que se encontraban. Xera se quedó petrificada mirando el cielo encapotado, como si nunca hubiera visto algo semejante. Cerró los ojos y dejó que el agua se derramase por su hermoso rostro. Dayana se la quedó mirando pensativa. Posiblemente fuese la primera vez que veía caer lluvia en su vida.

—¡Allí! —dijo Haquil señalando una oquedad en la pared rocosa. Los tres corrieron en la dirección que había señalado el hombre-halcón.

Cuando llegaron se dieron cuenta de que la roca en realidad era una estructura artificial. Dayana reconoció claramente la mano humana en los muros y la entrada, que antaño debía haber tenido un acceso con forma de exclusa. Entraron apretujados en la angosta habitación de forma esférica mientras un trueno resonaba sobre sus cabezas y la tormenta enfurecía por momentos. El interior tenía un suelo irregular, deformado y lleno de piedras. A pesar de su proximidad al lago se respiraba un ambiente seco y ligeramente polvoriento.

—¿Dónde estamos? —comenzó diciendo Xera tratando de mirar alrededor a pesar de la incómoda proximidad de sus dos compañeros.

—Perteneció a los primeros humanos que nos visitaron —comenzó Haquil.

—Parece una colonia submarina, ¿cómo ha llegado hasta aquí arriba? —continuó Dayana examinando las paredes ovaladas.

—Eso jamás lo hemos sabido. Este lugar siempre ha estado así, imperturbable.

Permanecieron varias horas allí, esperando a que la tormenta amainase. Con cada estruendoso relámpago Xera daba un respingo y se apretujaba más contra Dayana.

—¿Nunca hay tormentas así en el lago de la élfides? —Xera la miró asustada y negó lentamente con la cabeza. "Todo lo que veas aquí no será más que el fruto de la necesidad de alguien, incluso aunque ese alguien ya no esté...". Aquella frase retumbó de nuevo en la cabeza de Dayana junto con el estruendo de un relámpago cercano. Se reconfortó en el cuerpo de la asustada Xera, que se abrazaba a ella con fuerza. El gran cuerpo de Haquil ocupaba la mayor parte de la pequeña estancia y hasta que no estuvieron tan cerca Dayana no se había percatado de lo grande que era, ¿cómo podía volar tanto tiempo sin cansarse? Sin duda tenía una espectacular forma física. "No es el momento..." se dijo para sí al tacto del torso desnudo del hombre-halcón. "Además, ¡es un pájaro...! Aunque sus partes humanas serían la envidia de cualquiera". Hacía demasiado tiempo que no tenía contacto con ningún hombre. No lo había echado demasiado en falta, pero en aquellos momentos la chispa del deseo se mezclaba con la de la curiosidad por saber qué sería capaz de hacer aquel ser apolíneo con alas. Xera parecía leerle la mente. Los miró con un atisbo de sorpresa. ¿Estaría celosa? Al menos ya no parecía tan asustada como antes. Haquil, por su parte, permanecía impasible e inexpresivo. Aunque tampoco es que Dayana se sintiese capaz de leer la escasa expresividad facial que tenía aquel ser con cabeza de halcón.

—Vamos a intentar no incomodarnos, que estamos muy apretados y no sabemos cuánto tiempo más estaremos aquí.

—Lo siento, Creadora, supongo que estos espacios no se diseñaron para tamaños como el mío. —Haquil intentó cambiar de posición pero solo consiguió que sus cuerpos se rozasen más. Al menos en esos momentos ellas vestían los trajes de neopreno, aunque el impudoroso Haquil se bastaba con un ajustado taparrabos que en aquellos momentos se encontraba a la altura del codo de Dayana. Por una vez agradeció que no todos los habitantes del planeta fuesen por ahí como sus Creadores los trajeron al mundo.

—Como diría mi hermana —siguió Xera—, "No es problema del tamaño, sino de lo adaptable que seas".

"No estoy segura de que decir eso ayude en absoluto a mejorar la situación" pensó Dayana con ironía. Pero se alegró de que Xera destilara algo de humor superando el miedo que sentía.

—La supervivencia de un Exiliado depende de su capacidad de adaptarse a las nuevas circunstancias —dijo él con un casi imperceptible tono interesante en su profunda voz. ¿Le había guiñado un ojo a Xera? Ella apartó la mirada con una ligera sonrisa. Dayana resopló. Eran como niños... Aunque ahora que lo pensaba, tenía sentido que ambos seres compartiesen ese tipo de "humor", sobre todo teniendo en cuenta que, de ser cierto lo que le había contado Alex, sus deseos habían nacido de las necesidades de la misma mente. O quizás fuese ella la que se estaba imaginando dobles sentidos e insinuaciones y en realidad la que tenía una mente sucia no fuese más que ella misma.

Dayana miró hacia la entrada, la única apertura al exterior, a poca distancia de donde se encontraban. La lluvia caía con fuerza inalterable, pero el agua no llegaba a entrar en el habitáculo. Se quedó observando el exterior ensimismada con Xera entre sus brazos. La lluvia le relajaba. Perdió la noción del tiempo durante unos instantes mientras escuchaba el repiqueteo de las gotas de agua sobre el suelo húmedo del exterior, que caían por la pendiente hasta el lago. De pronto sintió un movimiento a su lado. Cuando se volvió Haquil y Xera se miraban fijamente a los ojos, la segunda acariciaba el torso desnudo del primero, descendiendo su mano por sus marcados músculos mientras él acariciaba su cabello con una delicadeza que no encajaba con su aspecto bestial.

—¿No podríais esperar a otro momento para esto? —dijo Dayana con impaciencia, tratando de evitar cualquier cosa que pudiera confundirse con enfado. No quería que reaccionasen como lo había hecho Frey en la sala de los estanques. Ambos la miraron. Xera apartó la mano cuando ya casi alcanzaba el ahora hinchado taparrabos del hombre-halcón. Dayana pudo notar su erección a pesar de las escasas ropas. Sin duda tenía un cuerpo envidiable.

—Perdona, Dayana, no sé en qué estaba pensando. La adrenalina, el momento...

—Ya sé que los habitantes de este lugar tenéis un impulso sexual muy marcado, no tienes que explicármelo.

—¿No os resulto atractivo, Creadora?

—No sé si la palabra "atractivo" es adecuada para referirse a un halcón, Haquil —dijo Dayana evitando responder. Vale, de acuerdo, tenía un algo que lo hacía magnético. Ya fuera el potencial que tenía en la cama o una sobredosis de feromonas. Pensándolo fríamente quizás esta segunda opción fuese bastante probable teniendo en cuenta que en aquel reducido espacio hasta la misma Dayana empezaba sentir aquella pulsión crecer en su interior.

—Voy a bajar al Templo —dijo por fin. Ambos asintieron. Sí, quizás fuese lo mejor. Que hiciesen lo que fuera, pero con ella lejos. Ya saciaría su curiosidad en otro momento.


***


El agua estaba fría y la oscuridad reinaba. Su traje de neopreno la mantuvo caliente a medida que se sumergía en el lago siguiendo la curvatura de la inerte pared de roca. Siguió descendiendo gracias al equipo de respiración que había recuperado de su nave hasta encontrar un gran cráter en cuyo centro había una apertura lo suficientemente ancha como para permitir el paso de varias personas. Se introdujo en aquel agujero y comenzó a bucear hacia arriba, regulando la presión del aire que entraba en sus pulmones. Una ligera corriente de agua se opuso a su avance al principio, pero poco a poco fue disminuyendo de intensidad a medida que la temperatura del agua cambiaba. Vislumbró una luz azul a lo lejos y se dirigió a ella. Cuando quiso darse cuenta había alcanzado la superficie en el interior de la esfera. Salió a la superficie y miró a su alrededor.

El supuesto asteroide esférico estaba prácticamente hueco por dentro. El agua cubría hasta lo que Dayana pensó equivaldría al ecuador. Sendos canales en las paredes recogían el agua de la lluvia de los cráteres del exterior y la dirigían hacia unas fuentes que la derramaban sobre el interior de la esfera. Dayana no tardó en percatarse de que aquellos canales que recogían el agua eran los mismos arañazos que había visto desde fuera. La sala era amplia y estaba tenuemente iluminada por un halo azulado que lo cubría todo. En el centro había una plataforma circular iluminada por una luz blanca y en ella un único objeto, tan mundano que parecía completamente fuera de lugar: se trataba de un sillón de cuero, con reposapiés, de colores granate y oscuro. La madera de los marcos y las patas brillaba por el barniz y la luz del foco que lo iluminaba haciendo que destacase sobre el resto de la sala.

Dayana nadó hasta la plataforma y examinó el sillón. No parecía tener nada especial. Se subió a la plataforma con cuidado y caminó por ella. ¿Cómo un sillón como aquel podía haber estado todo ese tiempo y permanecer en tan perfecto estado?

El sonido de sus pisadas retumbaba en la bóveda de una forma extraña. Chasqueó los dedos, intrigada por la forma en que los sonidos reverberaban en aquella semiesfera, y al instante no pudo reprimir una exclamación. Tanto su chasquido como el sonido de sorpresa sonaron como si estuviese escuchándolos a través de unos auriculares, directamente en ambos oídos. Era una sensación tremendamente extraña.

Por fin se dirigió al sillón. Parecía perfectamente normal, lo cual lo hacía más extraño si cabe. Tras pensarlo unos segundos decidió sentarse, no le vendría mal un descanso tras haber buceado hasta allí. No obstante, en cuanto su cuerpo tocó el mullido asiento una voz resonó en sus oídos.

"Dayana..."

Miró a su alrededor pero la sala seguía vacía, con el débil flujo del agua discurriendo por los canales como único sonido.

"Has recorrido un largo camino hasta llegar hasta aquí."

—¿Qué truco es este? —dijo ella en voz alta.

"Has venido por respuestas. Yo tengo como misión responderlas."

Su voz sonaba potente, pero era a su vez armoniosa y fluida, como la de un locutor profesional.

"Esto no es un lugar sagrado como algunos creen. No más que cualquier otro lugar surgido de la necesidad de un Creador. En mi caso, no soy más que la forma en que la Arena respondió a la necesidad de respuestas primero, y de conservar el conocimiento adquirido después."

—¿Los primeros humanos en llegar aquí?

"Más concretamente uno de ellos. Pero ahora necesito que cierres los ojos."

Dayana dudó un instante, pero acabó obedeciendo. Su mente quedó en blanco y notó una sacudida. Cuando los abrió, el rostro de Liam estaba ante ella. Lo miró confusa, y luego sintió que la inundaba una profunda tristeza. La voz siguió hablando, esta vez a través de los labios de aquella persona que tanto había amado.

"Todo comenzó con una civilización que, en la cúspide de su desarrollo, utilizó su poder para crear un artefacto con el que satisfacer todas sus necesidades y convertirse en los dioses de sí mismos. Aquel artefacto, paradójicamente, los condujo a la extinción. Sus últimos supervivientes, incapaces de destruir tal maravilla, decidieron enterrarlo en un planeta remoto, con la esperanza de que ninguna raza sintiente fuese capaz de encontrarlo jamás...

Sin embargo quienes lo enterraron no contaron con la persistencia del ser humano.

En aquella expedición submarina, los humanos despertaron un prodigio inexplicable. La Arena, como bautizaron a su descubrimiento, hizo que pronto hallasen las razones por las que jamás debería haber sido descubierta y, tal y como hicieron sus antecesores, decidieron ocultarlo de nuevo. Para ello hicieron desaparecer su expedición, y permanecieron en aquel planeta que pronto convertirían en un paraíso gracias al poder que la Arena proporcionaba.

Un científico de la expedición llegó a la conclusión de que, aunque ellos ya no estuvieran, el peligro de la Arena debería ser advertido a todo aquel que osara acercarse lo suficiente. Así que decidió crear el lugar en el que ahora nos encontramos, para que toda expedición futura supiese el destino que aguardaba a quienes osasen utilizar el poder de la Arena.

En este santuario está almacenado todo el conocimiento que aquel científico acumuló durante sus siglos de existencia sobre el planeta. Y ahora es tuyo para tomarlo si lo deseas, Dayana.

Así que dime: ¿Qué deseas saber?"

Dayana estaba petrificada sobre el sillón. Tenía demasiadas preguntas, pero sobre todo había una que le había perseguido durante años. Una que regresaba como el fantasma del recuerdo de la persona cuyo rostro ahora le hablaba desde aquel extraño holograma. De quien, sabiendo el destino que aguardaría a la humanidad, sin duda habría antepuesto el bien de su especie ante el capricho de regresar con la persona a la que amaba. Dayana miró aquel rostro y una lágrima le recorrió la mejilla. Por fin, con voz titubeante, preguntó:

—¿Liam, estuviste aquí...?


 

¡Gracias por leer este fragmento! Espero que lo hayas disfrutado igual que yo he disfrutado escribiéndolo.

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