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La Arena Exuberante (Parte 4 - Conocimiento enterrado)

doctoracifiero

Actualizado: 21 nov 2020


"—Ven conmigo, escapemos juntas, no tienes que seguir sirviendo a esa tirana...

—Pero mi hermana y el resto de élfides..."

Dayana abrió los ojos. Aquel sueño había sido tan real como perturbador. En él, ella intentaba organizar una revolución entre las élfides, pero tan solo conseguía enfurecer a Alexandros, que se alzaba anciano y poderoso entre las nubes, con una larga barba y una ostentosa corona sobre su cabeza blanca. Sin embargo, su rostro no era el del Alexandros que conocía de los informes de la misión, ni tenía los rasgos femeninos de la líder que había conocido en el taller. Aquel dios que Dayana sabía que era Alex, en su lugar tenía el rostro de alguien que conoció hacía tiempo. Alguien a quien creyó amar y que desapareció de su vida en aquel ansia de aventuras que había condenado a tantos hombres al olvido o a la gloria. Tenía el rostro de la persona que, de algún modo, la había arrastrado hasta esa isla.

Con un gesto, aquel dios tirano hacía retorcerse de dolor a todos los que habían decidido oponerse a su mandato, y con otro convertía los árboles en ceniza, transformando el paraíso que era aquella isla en un infierno de arena negra y ardiente. Únicamente las esculturas aracnoides con grabados rúnicos permanecían inalterables. Dayana vio sus rostros plagados de lágrimas, sufriendo por la destrucción del único hogar que jamás conocerían.

"—Liam...

—Por fin me has encontrado, Dayana..."

—¡Dayana! —Xera la agitó hasta terminar de despertarla—. ¿Estás bien? —La aludida parpadeó perpleja. Tenía el cuerpo empapado en sudor a pesar de la suave brisa que acariciaba su piel a través de la espesura. Xera estaba a su lado, con gesto asustado. Se había incorporado sobre la esterilla que ambas compartían en un rincón apartado del poblado.

—Ha sido una pesadilla —comenzó a decir—. Era tan real... —Dayana sintió un escalofrío.

—Tranquila, ya ha pasado, ¿Quieres contármela? —Su voz era tranquilizadora—. ¿Quién es Liam? —Dayana la miró dubitativa.

—Alguien a quien quise y que desapareció de mi vida —comenzó diciendo. Sus palabras resonaban en su cabeza, movidas por su subconsciente, como si no fuese ella quien las estuviera diciendo—. Nos amábamos. Pero él amaba aún más descubrir nuevos mundos... —Mientras hablaba, los ojos de Dayana empezaron a empaparse, pero el gesto de su rostro permaneció inalterablemente neutro.

—No te preocupes, está todo bien —dijo Xera con voz suave, aproximándose a la todavía aterrada Dayana. Juntó sus labios con los suyos dulcemente—. Te he traído el desayuno —añadió con aquella radiante sonrisa que la hacía estremecer.

Sin duda aquellas criaturas habían nacido para servir. Dayana no se sentía molesta por ello, al fin y al cabo parecían felices haciéndolo. Lo que realmente la perturbaba era el hecho de que a quien servían no pareciera importarle demasiado cosificarlas y utilizarlas. ¿Quizás incluso desecharlas cuando se cansase de ellas? No obstante de las palabras de Alex se podía concluir que, al menos hasta ahora, seguía importándole el bienestar de aquel pueblo, aunque solamente fuera motivado por una egoísta necesidad de servidumbre o un retorcido ímpetu artístico.

Xera y Dayana cabalgaron juntas hasta la playa donde la nave se había estrellado. La montura no tenía sujeción de ningún tipo y, una vez más, Dayana tuvo que agarrarse como pudo al cuerpo desnudo de Xera, que sujetaba las gruesas crines de aquel gigantesco oso hormiguero de ocho patas. No se cansaba del calor del cuerpo perfecto de la joven de piel gris. Su cercanía la provocaba sin cesar y no podía evitar imaginarse teniendo sexo con ella cada minuto, no después de la experiencia que había tenido con ella en el estanque, ¿qué más secretos guardaría aquella hermosa élfide? Con la excusa de tener que sujetarse por el trote suave del corcel, Dayana acarició el vientre y los pechos de Xera, que recibió la caricia echando el cuello hacia atrás con los ojos cerrados. La montura seguía su curso por el sendero de baldosas sintéticas en dirección a la playa, no hacía falta indicarle el camino. Xera acarició la nuca de Dayana cuando sintió sus labios en su cuello, a lo que ésta respondió con un suave mordisco y unos dedos juguetones descendiendo hacia su sexo, en una lenta e inexorable caricia.

Llegaron a la playa por fin. La espera se había hecho insoportable. En el bosque, a pocos metros del inicio de la playa, desmontaron y Xera sujetó a Dayana entre risas.

—No quieres que vuelva a mi nave, ¿verdad? —dijo la humana riendo mientras Xera impedía que siguiese caminando sujetándola por las caderas.

—Voy a sabotearla para que no vuelvas jamás a tu mundo —bromeó la aludida. Ambas rieron.

—Descuida, tu planeta ha hecho el trabajo por tí. —Dayana se dio la vuelta y la empujó contra un árbol con suave violencia, ambas desnudas, demasiado cerca como para no sentir sus respectivos alientos ardiendo en deseo. Dayana la sujetó por las delicadas muñecas, alzándolas sobre su cabeza, mientras con la mano libre acariciaba el interior de los muslos del color de las cenizas y ascendía hasta tocar con sus dedos su vagina húmeda. Estaba empapada. Xera tenía los ojos entornados, le suplicaba con la mirada. Ante la atenta mirada de su corcel, Dayana la sujetó del cuello violentamente mientras la besaba sedienta. Xera gemía en voz cada vez más alta, sin ningún pudor, a medida que los dedos de su amada se aceleraban en su clítoris. Su mirada se perdió en el cielo rojizo sobre el mar.

De pronto los ojos de Xera se abrieron con una mueca de espanto. Dayana se detuvo ante el inesperado gesto.

—¿Qué ocurre? —preguntó alarmada.

Se dio la vuelta, y entonces lo vio. En la distancia, una criatura alada antropomórfica sobrevolaba los restos de su nave estrellada. Tenía el cuerpo y los brazos de un hombre atlético, y la cabeza y piernas de un halcón. Sus enormes alas le daban un porte casi divino, pensó Dayana.

En ese momento aquel ser cambió de rumbo y se dirigió veloz hacia la espesura, donde ellas se encontraban.


***


Aquel extraño objeto era demasiado para Haquil, que llevaba horas observándolo desde una prudente distancia. Nunca había visto un artefacto semejante. ¿Acaso significaría la llegada de un Creador? La esperanza le dio un vuelco en el corazón. Aquello podría cambiarlo todo.

Sobrevoló con sus fuertes alas de halcón el fuselaje parcialmente sumergido. Finalmente se posó sobre la estructura con cautela. No parecía que hubiera nadie en su interior, al menos no con vida. Alzó el vuelo de nuevo para examinar el otro lado. Su aguda visión le permitió ver perfectamente cada detalle, cada junta y cada pieza, aunque desconocía para qué servía cada cosa. Intentó buscar una entrada pero no la encontró. Seguramente estaría bajo el agua.

En ese momento le pareció ver algo por el rabillo del ojo. Alzó la vista y entonces las vio en la espesura. Su fina vista pudo ver en detalle que se trataba de una élfide y... otra mujer, de piel oscura, que jamás había visto. ¿Sería acaso algún nuevo juguete de Alex? Todavía no se habían percatado de su presencia. Las observó durante unos momentos, mientras retozaban y acariciaban sus cuerpos apasionante, incluso pudo ver una chispa de violencia en la mujer extraña. No, definitivamente no era obra de Alex: Él no parecía estar interesado en nada que no fuera la sumisión más absoluta, pensó sin poder evitar sentir la punzada del rencor.

De pronto la élfide lo vio. Aún estando a cientos de metros de ellas, Haquil pudo distinguir perfectamente el gesto de terror dibujado entre las ramas que las ocultaban. Aquel era tan mal momento como podía haber sido cualquier otro para interrumpirlas, así que el hombre-halcón se decidió a ir a su encuentro. Si la mujer extraña era efectivamente una Creadora seguramente no huiría de él. No le pareció una mala forma de comprobarlo.

Cuando se posó sobre la arena a pocos metros de ellas, la élfide había retrocedido unos metros y se disponía a montar sobre su corcel a la mínima oportunidad. Pero algo la frenaba. Parecía saber que no podría escapar de él cabalgando, por más que su instinto le suplicase huir. En su lugar interpuso su montura entre ambos. Chica lista, pensó Haquil. No obstante miraba de vez en cuando a su compañera, confusa ante su reacción, expectante ante lo que podría sucederle si la dejaba sola con aquel ser que a todas luces le parecía peligrosamente extraño.

Sin embargo, la mujer oscura no retrocedió. Apenas parpadeó. Miraba al recién llegado con cautela, examinando cada gesto, estudiando y sopesando sus posibilidades, pero también observándolo con una genuina curiosidad y sin un ápice de miedo. Aquello intrigó a Haquil.

—¿Venís de las estrellas, verdad? —dijo el hombre-halcón—. Mi nombre es Haquil. Estoy a vuestro servicio, Creadora —continuó mientras se arrodillaba ante la mujer extraña, plegando sus alas.

—Si lo que quieres es servirme, empieza disculpándote ante ella por esta puesta en escena. ¿Qué querías de mi nave?

—Mis más sinceras disculpas, no quería... interrumpir. En mi nombre y en el de mis hermanos exiliados, debo decir que nos honra y complace tener a una nueva Creadora entre nosotros.

—¿Qué hacías en mi nave? —Su tono era frío y severo.

—Estaba buscando ayuda.

—¿Ayuda para qué?

—Para que aquellos que hemos sido abandonados volvamos a tener un propósito.

Aquello pareció dejar a la Creadora sin palabras. La humana miró a la élfide que la acompañaba, como buscando una confirmación sobre las palabras del recién llegado, pero no obtuvo respuesta. Su compañera le devolvió la mirada, todavía asustada.

—¿Cómo puedo fiarme de tí y de los tuyos?

—Yo os guiaré hasta el Templo. Allí encontraréis vuestras respuestas, Creadora.

—El Templo… —repitió Dayana intrigada— Cuéntame más.


***


Tras una breve charla con Haquil sobre los detalles de su próxima caminata, Dayana había buceado hasta el interior de la nave con el fin de equiparse. Ahora estaban de nuevo sobre su montura, de la cual colgaba un petate que Dayana había llenado con lo que ella había considerado necesario para lo que les depararía el camino.

Cabalgaron durante horas, guiadas desde el cielo por la figura alada que brillaba por su plumaje contra el sol anaranjado.

—Dayana, debo decirte que esto enfurecerá a Alex. Quizás a tí no te afecte mucho, pero mi gente... —la mirada de Xera se ensombreció.

Entonces sí que había otros seres además de las élfides, pensó la humana. Y parecía que sus sospechas se confirmaban... Posiblemente Alex había dejado de lado a parte de sus creaciones, o como fuera que se les llamase.

—Mientras estés a mi lado no tienes nada que temer. Y en cuanto a tu gente, Alex necesita seguidores, Xera. Conozco a los de su calaña. No es alguien que pueda vivir en soledad. Y parece haber invertido demasiado tiempo en perfeccionaros como para expulsar a todo un pueblo porque un solo miembro haya sido "raptado" —Dayana le guiñó un ojo. Xera sonrió con la cabeza gacha. Estaba claro que no parecía importarle ser "raptada" por ella.

Cabalgaron durante horas, bajo la sombra de los árboles, siguiendo la costa. Poco a poco el denso bosque fue clareando, de una forma casi imperceptible, hasta que llegaron a un riachuelo que moría en el mar. Allí el bosque desaparecía de forma abrupta, como si hubiese sido talado. No obstante no había rastro de raíces arrancadas ni tocones de ningún tipo. Tan solo una fila de rocas parecía delimitar la separación entre la espesura llena de vida y la tierra yerma que rodeaba el riachuelo.

—He oído hablar de este sitio —comenzó Xera—. Dicen que es donde la vida muere. Nadie viene por aquí.

—Cierto es, no hay vida en este páramo. —Haquil se posó grácilmente a pocos metros, sin mostrar gesto alguno de cansancio a pesar de haber permanecido tantas horas en el cielo. Su voz sonaba estridente entre la quietud estéril de aquel lugar fantasmagórico—. Aquí tan solo hay conocimiento y secretos.

Hacía algo de frío. Las dos jóvenes cubrieron sus cuerpos con unos trajes de neopreno que Dayana había recuperado de su nave. La sensación de la ropa le resultó extraña a la humana, quizás simplemente se había acostumbrado a no llevarla. Miró un instante al cuerpo escultural de Haquil, cubierto por plumaje tan solo en las piernas y el cuello. No parecía tener problema alguno con ese repentino cambio de temperatura. Además las partes humanas que tenía al descubierto eran un regalo para la vista, pensó Dayana para sí con una media sonrisa justo antes de sacudir la cabeza para apartar tales pensamientos.

—¿Qué son esas rocas que rodean el bosque? —dijo Xera siguiendo la hilera de montículos pétreos que se perdían colina arriba paralelos al riachuelo.

Dayana se acercó a uno de aquellos bloques de unos palmos de altura. Cuando apartó el polvo que cubría su superficie dio un respingo al ver la intrincada filigrana grabada en la superficie lisa de lo que le pareció un bloque de piedra con forma cúbica.

—No son rocas... —dijo Dayana retrocediendo, mientras Xera parecía llegar a la misma conclusión que ella casi al mismo tiempo.

—...son Arquitectos —terminó la élfide.

—Los artefactos enterrados penetran la tierra. Han mantenido el paisaje intacto durante millones de años —dijo Haquil. "Millones de años..." Dayana trató de imaginar la extensión del concepto en aquel planeta que giraba tan próximo a su estrella. Quizás sus habitantes hiciesen referencia a un período diferente que en la Tierra, pero seguían siendo millones de años. Y aquello era mucho, mucho tiempo.

—¿A dónde nos dirigimos?

—Río arriba, Creadora.

Tuvieron que seguir a pie ya que su montura se negó a atravesar la hilera de rocas. Ascendieron por la escarpada colina, siempre siguiendo el arroyo que saltaba entre las rocas. El terreno se fue tornando más y más irregular hasta que tuvieron que trepar unos metros para llegar a la cima del cerro.

Cuando llegaron, Haquil las esperaba en lo que parecía el borde de un cráter. Aquel cerro no era tal: Una hondonada en la cima formaba dicho cráter, que estaba cubierto en su mayoría por el agua que se derramaba por una grieta en uno de los bordes y formaba el riachuelo que habían seguido. El lago en el centro del cráter ocupaba la mayor parte de la cima, dejando un fino círculo de tierra y rocas de unos metros de anchura que se hundía bruscamente en el agua. Pero más antinatural que la formación rocosa sobre la que estaban era la extraña estructura que había en el centro del lago, ante ellas.

—Bienvenidas al Templo de los Secretos.

La mirada de Dayana se clavó en aquella estructura: una enorme roca esférica de docenas de metros de altura que parecía flotar sobre el agua. Era similar a una luna o a un asteroide grande de color gris y rojo. Tenía la superficie plagada de cráteres de impacto y surcos oscuros, como si una enorme bestia hubiera querido abrirlo a arañazos para devorar su interior. Dos terceras partes de aquella enorme estructura estaban sumergidas en el lago.

—Nosotros no podemos entrar allí. Pero vos sí podéis, Creadora —dijo Haquil mirando a Dayana con aquellos ojos grandes—. Allí encontraréis las respuestas que ansiáis.


 

¡Gracias por leer este fragmento! Espero que lo hayas disfrutado igual que yo he disfrutado escribiéndolo.

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