El interior de la clínica móvil estaba completamente automatizado. Dayana no era ingeniera, pero había visto otros centros de emergencias durante sus años de periodista de guerra y jamás había puesto los pies en un lugar tan bien equipado y con semejante tecnología. Se introdujo en la cápsula de diagnóstico, la cual ocupaba casi la totalidad de la diminuta sala. A continuación tomó aire, activó en la pantalla táctil una orden de diagnóstico y curación automatizada y cerró los ojos. A los pocos segundos el sistema le inyectó un tranquilizante. Comenzó a sentirse mejor. Empezó a contar. "Uno, dos, tres..." y se desvaneció.
***
Frey y Xera estaban esperando a la sombra de los árboles que rodeaban el claro cuando Dayana salió del edificio. Ambas se miraron al ver a la mujer de tez oscura y complexión fuerte.
—Frey, ¿seguro que se trata de la visitante? ¿No será alguna otra creación? —preguntó Xera mirando a su hermana de piel gris, al igual que ella.
—¿Quién sino podría haber venido en esa cápsula? —respondió la aludida—. Pero es cierto, es hermosa... descuida, no rivaliza contigo, hermana —añadió sonriente Frey mientras sujetaba a su acompañante por la cintura delicadamente.
—Ya sabes que a Alex no le gusta que nos llamemos así —comenzó Xera tras besar en los labios a la hermosa Frey—, dice que le recuerda a…
—Sí, sí. Eso de la biología de su mundo y bla, bla bla —interrumpió ella apartando la mirada—. Si no quería que nos llamásemos así que no nos lo hubiera enseñado. Además tú eres lo más cercano a una hermana que tengo… —añadió con ese tono infantil que tanto irritaba a Xera.
Ambas dirigieron la mirada de vuelta a la mujer de color mientras ésta intentaba ajustar sus ojos a la luz del sol desde el umbral de la clínica.
—¿Por qué crees que ha venido? —preguntó en voz baja Xera mientras abandonaba la espesura y daba unos pasos hacia el claro, mostrando su cuerpo desnudo ante la perpleja mirada de la visitante.
—Eso quizás solamente lo sepa Alex. Solo espero que no sea una visita corta —dijo riendo por lo bajo Frey mientras se adelantaba a su hermana a paso ligero—. ¿Vas a dejarme sola ante una desconocida, Xerita...?
Frey clavó su mirada en los ojos color miel de la atlética mujer mientras se acercaba, con aquel caminar sensual tan propio de ella. Xera la miró detenidamente mientras su hermana se aproximaba.
La visión de las dos mujeres era impactante, una gris del color de la ceniza, la otra oscura como el ébano. Xera se imaginó el fuego que ambos cuerpos podrían crear juntos, y sintió una punzada de celos en el momento en el que aquel cuerpo igual que el suyo estuvo cerca de la recién llegada.
—Bienvenida al paraíso, visitante —comenzó a decir Frey. La cogió de la mano con delicada gracia, sin dejar de aproximarse. Tal era el magnetismo de Frey, reconoció Xera. La joven de orejas puntiagudas miró a ambas desde unos metros de distancia y puso los ojos en blanco cuando Frey juntó sus labios lentamente con los de la aturdida mujer de piel oscura, que tardó unos segundos en reaccionar. Cuando por fin lo hizo dio un paso atrás, confusa, y se llevó la mano que tenía libre a los labios sin apartar la mirada de los arrebatadores ojos de la hermosa criatura que la había besado. Xera vio cómo la mujer apretaba ligeramente la mano que Frey sujetaba.
—Descuida, visitante —dijo Xera aproximándose—, se lo hace a todo el mundo. Acabas de probar los encantos de Frey, la segunda criatura más hermosa de esta isla.
—Disculpadme... —titubeó la recién llegada— mi nombre es Dayana, estoy un poco confundida, ¿sois habitantes de este lugar? Estoy buscando a Alexandros Remi. No esperaba encontrarme a nadie más...
—Es normal, no te preocupes. —Xera se aproximó a la misma altura que Frey, tratando de romper el hechizo de su hermana—. Pronto lo comprenderás. Acompáñanos. Alex te espera.
Las dos esbeltas criaturas de piel gris sujetaron a Dayana, una de cada mano, y la condujeron por el camino hacia la espesura.
***
Se sentía como en un sueño. El efecto del sedante de la clínica había desaparecido casi por completo pero bien podría haberse pellizcado para comprobar que realmente seguía despierta. Estaba a lomos de una criatura de ocho patas y cabeza alargada similar a un oso hormiguero, cabalgada por Xera, una criatura de belleza incontestable, acompañada por otra montura similar cuya amazona parecía una copia exacta de la primera salvo por su larga melena y aquella extraña aura seductora que la rodeaba. Ambas estaban completamente desnudas, con su piel gris, sus ojos claros y sus orejas puntiagudas.
No parecían guiar a sus monturas de ninguna forma física. Era como si aquellos elegantes y extraños corceles supiesen hacia dónde se dirigían. Abandonaron el bosque y el terreno fue volviéndose cada vez más escarpado. Dayana pudo ver el monte bajo aproximándose. Comenzaron a ascender por un sendero agreste, el cual no parecía suponer ningún desafío para las ágiles monturas. Continuaron por la ladera de piedra rojiza salpicada de árboles de formas extrañas y llena de enredaderas y flores de colores. El sonido de los pájaros pronto se mezcló con el de una caída de agua a lo lejos que fue aumentando de volumen hasta ser lo único que se escuchaba. El camino se abrió entonces a un lago rodeado de árboles donde más de aquellas criaturas de piel gris pálida y rasgos élficos se bañaban. En su mayoría eran femeninas, aunque también había algún hombre mientras que otras parecían tener rasgos intermedios. Y todas estaban desnudas. Muchas las miraron con curiosidad al aproximarse en sus monturas.
Dayana no pudo evitar sonrojarse ante la visión en la distancia de una pareja haciendo el amor a la vista de todos sin ningún tipo de reparo ni pudor: Uno de aquellos hombres musculosos de piel gris sujetaba por las nalgas a una de las mujeres. Ella, suspendida en el aire, agarraba una rama de un árbol mientras él la penetraba salvajemente. Sus gemidos llegaban a través del sonido de la cascada. La joven Xera la miró percatándose de su pudor.
Las dos gemelas desmontaron y escoltaron a Dayana tras la cortina de agua, que se abría a una cueva claramente artificial. A los lados de la entrada Dayana se percató de la presencia de dos esculturas aracnoides exactamente iguales a la que había visto custodiando la entrada de la clínica.
—Son los Arquitectos —comenzó Xera. —Tienen como función...
—No seas aburrida, Xerita, hablemos de cosas más interesantes... ¿Has probado alguna vez tener sexo con un miembro de tu mismo género?
Dayana volvió de pronto de su ensimismamiento mientras era conducida por la cueva iluminada por antorchas.
—No... Quiero decir...
—No te preocupes, Frey es así. Tú ni caso.
—¿Cómo que ni caso? Ni que no estuvieras pensando lo mismo que yo, hermanita...
—Frey, creo que ya ha tenido la dosis de escándalo de hoy, vamos a dejar que asimile todo poco a poco.
—¡Oh! Mira que eres a aburrida, hermanita.
Subieron por unos escalones con sendos agujeros en la roca por los que se escurría la luz rojiza del cielo, iluminando sus pasos débilmente. Fueron ascendiendo poco a poco hasta alcanzar una sala rocosa llena de estalactitas y estalagmitas, columnas y órganos de pierda lisos de colores rojizos y blancos, brillantes ante la luz de las lámparas y los agujeros de la roca. Varios estanques estaban repartidos por la gran sala, uno de ellos bajo una enorme apertura en el centro del techo de roca. El agua despedía un ligero vapor y en algunas de las piscinas naturales había varias de aquellas élfides descansando sobre las lisas paredes de piedra brillante con la mayoría de sus cuerpos sumergidos en las aguas tranquilas y burbujeantes. Dayana creyó escuchar el sonido de unos gemidos en la distancia.
—Creo que Álex está ocupada —dijo Frey con una pícara sonrisa.
—Vaya sorpresa —añadió Xera con sarcasmo—. Ponte cómoda, Dayana, querida. Alex no tardará demasiado, espero. Puedes darte un baño si quieres. Estas aguas termales harán que olvides todos tus problemas...
—Un momento... Alexandros no es una mujer, ¿por qué os referís a él como tal?
Las dos hermanas se miraron perplejas, como si no comprendiesen del todo lo que aquella extraña visitante les decía. Finalmente Xera rompió el silencio.
—Alex es una mujer. O al menos eso fue lo que nos dijo tras el Encuentro. Pero creo que lo mejor será que le hagas a ella todas tus preguntas. Ella fue la que predijo tu llegada, a fin de cuentas. Ahora quizás necesites algo de intimidad—. La hermosa criatura señaló en dirección a una de las piscinas más apartadas, la cual estaba cubierta por sendos muretes de piedra que impedían que se viera su interior—. Nosotras esperaremos a que Alex termine, no te preocupes. Te avisaremos para que estés lista. Nadie te interrumpirá.
Dayana pensó entonces que quizás fuese descortés no darse un baño antes de ver a quien ellas tenían como líder. Se dirigió al estanque que le habían indicado. Estaba vacío y fuera de la vista. Se descalzó y metió los pies. El agua era cálida, reconfortante. Incluso parecía que hubiese una suave corriente que acariciaba sus tobillos. Con pudor y cautela se desnudó, aunque no parecía posible que la vieran desde allí. Examinó su piel y sus extremidades. Estaba en plena forma, como en sus mejores tiempos. Se sentía joven y fuerte, sin duda aquella clínica portátil no solamente había curado sus heridas: había hecho maravillas en su anatomía. Le gustaba aquel cuerpo nuevo que le recordaba a su juventud. Miró su rostro en el reflejo de la pared húmeda, y quiso adivinar que efectivamente había rejuvenecido tras unas cuantas horas en aquella habitación.
Cuando se terminó de quitar la escasa ropa que había llevado puesta se introdujo lentamente en el agua. Sintió al instante como si ésta cobrase vida. Comenzó a agitarse con mayor intensidad a medida que su cuerpo se sumergía más y más en la reconfortante piscina. Para cuando el agua cubría sus muslos la caricia había pasado de la relajación al masaje, y sintió cómo todos los músculos de sus piernas se descontracturaban tras varias horas cabalgando. Dudó un instante y miró a su alrededor. Frey y Xera se alejaban hacia uno de los túneles que nacían en la sala y desde algún estanque cercano seguían llegando aquellos gemidos de placer. No obstante, de entre los escasos presentes nadie la miraba, ni siquiera parecía que prestasen atención a otra cosa que a su propio relax. Además, en cuanto se sentase en el suave escalón de piedra bajo el agua nadie la vería en absoluto al otro lado del murete, el cual ahora apenas llegaba a la altura de sus hombros si se ponía de puntillas.
Introdujo una mano en el agua y el cosquilleo del masaje en la muñeca le hizo sentir un escalofrío. Sin lugar a dudas aquel agua no era normal. Sujetándose con los codos en el bordillo descendió lentamente hasta rozar con las nalgas la superficie. Dio un respingo ante la intensidad de la caricia. Ahora casi parecían manos acariciando su cuerpo. Miró a los lados de nuevo, preocupada por última vez de que alguien la viera, pero justo después cerró los ojos y descendió hasta sentarse en el cálido y cómodo asiento de piedra bajo el agua.
Ocurrió tal y como había supuesto: la corriente de agua comenzó a agitarse con más fuerza. Ahora sin duda sentía algo parecido a un masaje suave de manos expertas por la mitad inferior de su cuerpo. Mantuvo las rodillas firmemente cerradas, pero la sensación recorría los dedos de sus pies, se escurría entre sus muslos y nalgas y rozaba inevitablemente su perineo e incluso su ano. No pudo evitar descender lentamente hasta sumergir sus pechos bajo el agua y seguir hasta que todo su cuerpo salvo su rostro estuvo bajo la superficie. Incluso se atrevió a introducir sus labios tímidamente.
La sensación fue extasiante. El masaje la embriagaba, sentía la dulce caricia en su cuello y sus labios, descender por sus hombros hasta sus pechos, que se mecían suavemente ante la firmeza del tacto del agua cálida y vibrante. No pudo evitar descender una mano por su entrepierna, pero en el momento en el que separó ligeramente los muslos ahogó un gemido cuando la caricia del agua se agitó en su vagina. Sus dedos no eran en absoluto necesarios. Se tapó la boca mientras con la otra mano sujetaba un asidero que encontró cerca, bajo el agua. La sensación no solo era cálida y firme, sino que parecía acelerarse por momentos. Sintió cómo el agua acariciaba su clítoris con una fuerza creciente, perfectamente sincronizada con los movimientos de sus caderas, su respiración acelerada y su pulso desbocado. Entonces se percató de la forma fálica que tenía el asidero que estaba sujetando. Era efectivamente un pene esculpido en la roca, alisado y pulido, con todo lujo de detalles. Lo miró sobre la superficie, tentada, mientras el flujo del agua seguía su curso acelerándose más y más, como si de una entidad sintiente se tratase, a medida que Dayana se acercaba al clímax. Finalmente, su espalda se arqueó con la llegada de un orgasmo que no pudo, ni quiso, reprimir.
Necesitaba más, sentía un vacío en su interior y sabía exactamente cómo llenarlo. Se puso de rodillas con el dildo de piedra entre sus pantorrillas y descendió lentamente hasta sentir aquel cálido glande pétreo rozando sus partes íntimas. Se recreó en la caricia del agua y el miembro que la aguardaba pacientemente entre sus piernas. Finalmente descendió lentamente, sintiendo sus labios abriéndose a medida que introducía aquel miembro. Le costó un poco acostumbrarse al principio, pero su flujo incesante permitió que entrase con facilidad. Descendió hasta sentir cómo la dura roca la penetraba. Y volvió a ascender y descender, poco a poco, y cada vez más rápido. El agua seguía su masaje implacable, el clítoris le ardía y las piernas le temblaban. Sintió de nuevo el orgasmo acercarse y gimió en voz alta, esta vez sin poder taparse la boca. Después de aquel orgasmo llegó otro, y otro, y otro... Y allí permaneció hasta que las rodillas le dolieron.
¡Gracias por leer este fragmento! Espero que lo hayas disfrutado igual que yo he disfrutado escribiéndolo.
Ten en cuenta que esto es algo que hago en mi tiempo libre, pero si te gusta y crees que debería dedicar más tiempo a mis relatos considera dejarme una donación o un encargo en alguno de los enlaces que encontrarás en la cabecera de la web.
Comments