Dayana llevaba un rato sentada sobre la cálida roca que delimitaba el exterior del estanque, con los tobillos todavía sumergidos en aquel incesante masaje. Se sentía liberada pero le temblaban las rodillas. Hacía tiempo que no sentía tal satisfacción, y lo mejor de todo era no tener que rendirle cuentas a nadie. Se podría decir que sus anteriores relaciones habían sido, cuando menos, tormentosas, incluso aquellas que no habían sido más que breves romances. Qué demonios, incluso había perdido amistades que tras años de aparente inocencia le habían declarado su presunto amor. A menudo sentía que no se podía fiar de ningún ser humano, y se había sorprendido disfrutando más del sexo en soledad que del calor de su propia especie. Lo de aquel estanque, extrañamente, había sido un recordatorio de la vida que la esperaba de vuelta en su planeta, a años luz de distancia. Todavía desnuda, la mujer se tumbó sobre la roca al lado de sus ropas y sonrió ante la imposible idea de quedarse para siempre en aquella cueva y aquel estanque.
De pronto una cabeza se asomó al bordillo que ocultaba su cuerpo del resto de miradas de la sala. La larga melena blanca y los brazos de color gris revelaron de quién se trataba. Frey observaba la piel desnuda de la sobresaltada Dayana, la cual rápidamente trató de ocultar sus partes sensibles.
—Oye, tú eres muy tímida, ¿eh? No tienes nada que ocultar —rió divertida la criatura élfica desde el bordillo—. Venía a decirte que Alex te espera.
Dayana empezaba a estar irritada por sus múltiples atrevimientos.
—No es cuestión de timidez —dijo con voz firme y autoritaria—. Si no quiero enseñar mi cuerpo no eres quién para obligarme a ello. Tus costumbres son tuyas. Yo tengo las mías, y no contemplan estar mostrando mis partes a toda la isla, ¿me dejas vestirme?
Frey no respondió. Tras lo que podrían haber sido uno o dos segundos su sonrisa fue desapareciendo paulatinamente, y su gesto afable se tornó confuso. Acto seguido desapareció al otro lado del muro.
—Lo siento, Creadora. No pretendía ofenderla —dijo desde el otro lado con voz temblorosa. Aquel repentino cambio de actitud sobresaltó a Dayana incluso más que sentirse expuesta a unos ojos extraños. Entendía que los exóticos habitantes de aquel planeta llamasen a los humanos "visitantes", incluso podía comprender que Alex, un magnate empresario con indiscutible carisma y don de gentes, se acabase proclamando su líder, ¿pero "Creadoras"? Aquello era un poco exagerado.
Se vistió con la ropa que había traído y salió del círculo de roca. Cuando dio la vuelta al muro vio por fin a Frey, sentada sobre el suelo de piedra dura esperándole con los brazos rodeando las rodillas. La criatura alzó la vista y la miró con aquellos arrebatadores ojos, ahora enrojecidos. Parecía que había estado llorando. ¿Qué clase de lavado mental les había hecho ese megalómano, que incluso temían tanto ofender a los humanos que les visitaban? Las preguntas se agolpaban en la cabeza de la reportera.
—Hey, no pasa nada —Dayana se puso de cuclillas para estar a su altura, intentando forzar una sonrisa a pesar de su frustración e ira—, simplemente prefiero ser yo quien elija a quién enseñar mi cuerpo, ¿entiendes? No todos los humanos somos iguales. Ahora, me gustaría que me llevaras ante Alex. Quiero hablar con él… digo, con ella.
Aquellas palabras parecieron reconfortar a la joven.
—Vale —respondió recuperando la compostura—, tendré más cuidado la próxima vez.
Ambas recorrieron la caverna hasta llegar a la entrada de un túnel oscuro, iluminado por unas esferas que titilaban con luz amarilla y roja. Dayana se percató entonces de que todo el lugar estaba iluminado por aquellos objetos que ella había confundido por antorchas. Siguieron adentrándose en el pasillo hasta que éste se abrió en una caverna mucho más amplia e iluminada por esferas similares pero de tamaño muy superior a las que había visto hasta entonces. La sala era amplia, y las paredes parecían completamente lisas. El aire cambió repentinamente de la pegajosa humedad de la sala de los estanques a un aroma seco y floral. Cuando ambas se adentraron en aquel lugar Dayana sintió una repentina firmeza familiar en el suelo, claramente sintético. La sensación le devolvió a las baldosas del sendero que había tomado en la playa.
El centro de la sala estaba sustancialmente mejor iluminado que los límites de ésta, haciendo difícil determinar su tamaño exacto. Allí, varios artilugios de gran tamaño estaban dispuestos a una cierta distancia los unos de los otros y, en lo alto, un brazo mecánico descansaba entre las sombras de la oscura bóveda.
La luz formaba un círculo en el centro, iluminando intensamente uno de aquellos artilugios. En él se adivinaba una figura humana, sujeta por muñecas y tobillos en el centro de un anillo hecho de un material blanco que Dayana no supo distinguir. La figura estaba suspendida sobre una piscina con un líquido espeso y gris y alrededor de éste, como si de un andamio se tratase, unos escalones ascendían hasta un círculo de planchas del mismo material que el suelo, las cuales formaban una plataforma sobre la piscina.
Y en aquella plataforma, examinando cual artista el cuerpo gris suspendido, había una mujer joven y fibrosa de piel rosada y pelo corto y rubio.
Dayana dio unos pasos hacia el frente, entrando en el círculo de luz. Aquel rostro le parecía extrañamente familiar. Pero, ¿cómo podía ser? ¿Acaso el magnate Alexandros Remi había traído consigo a algún pariente cuando llegó a aquel planeta?
—Le sorprende encontrarme así, ¿verdad? Esperaba a un náufrago harapiento, supongo —comenzó diciendo la mujer, rompiendo el seco silencio sin apartar la mirada de las facciones perfectas de aquella figura que colgaba inmóvil.
—Esperaba a Alexandros Remi, no a algún heredero ilegítimo.
—¡Ah! —La joven miró con arrogancia a las recién llegadas desde la altura de su pedestal—. Veo que todavía no ve lo que ocurre aquí, querida, pero me halaga, ¿Se llamaba...?
—Dayana Saroi. Y he venido en nombre de la familia Remi y de Industrias...
—Sí, sí —interrumpió ella con aire burlón—. A buscar al célebre Alexandros Remi y ver si está lo suficientemente cuerdo como para regresar al frente de su imperio, o lo suficientemente loco como para renunciar a él en favor de mi familia.
—No estoy aquí para convencer de lo imposible, sino para informar. ¿Dónde puedo encontrar al señor Remi?
La joven sonrió mientras descendía los peldaños. Vestía con un traje ajustado blanco del que colgaban diversos utensilios que Dayana no supo identificar.
—Supongo que ya habrá visto lo suficiente como para comprender, señorita Saroi.
—¿Comprender el qué?
—Ehm... ¿Qué pensaría si le dijera que yo soy Alexandros Remi?
—Eso no puede ser. —Dayana no daba crédito a las palabras de la joven. Aunque Alexandros hubiese sido capaz de hacer llegar hasta allí los equipos quirúrgicos necesarios para hacer un cambio de género semejante, cosa imposible de hacer sin levantar sospechas, ni siquiera el todopoderoso señor Remi tendría la capacidad de aparentar la décima parte de su edad natural—. No hay tecnología humana capaz de hacer eso —añadió.
—...humana, efectivamente. —Mientras hablaba, la mujer caminaba entre las mesas de la sala, examinando los objetos distraída. Irradiaba un aura venerable a pesar de su aparente juventud—. ¿Qué pensaría, señorita Saroi, si le dijese que existe un lugar en el universo en el que todas las necesidades son realizadas, sin importar su complejidad ni su banalidad?
—¿Cómo es que ese lugar no es conocido universalmente?
—Porque destruye a toda civilización que lo alcanza —respondió la mujer con tono misterioso, saboreando cada palabra.
—Entonces pensaría que ese lugar es la fantasía de un lunático rico que pretende ser inmortal mediante tecnología que no existe. A menudo la explicación más sencilla es la más probable —dijo parafraseando a Ockham. "La soberbia se combate con soberbia" pensó Dayana sonriendo para sus adentros—. Pero en cualquier caso, nadie está en su derecho de fabricar criaturas sintientes y someterlas a su voluntad. No creo que esto haga demasiada gracia en la Tierra.
—Oh, querida, estás tan confundida... —replicó la mujer con condescendencia—. Yo no he creado a las élfides ni a casi ningún otro ser vivo de este lugar, ni mucho menos a aquellos que son sintientes —hizo una pausa, como queriendo que su frase quedase clara para un público inexistente. "¿Entonces hay más razas?" Pensó Dayana ligeramente perturbada por la idea—. Lo único que hago en mi taller es mejorar su diseño original, del mismo modo que me he mejorado a mí misma —añadió mientras señalaba a la forma femenina de orejas puntiagudas suspendida sobre la piscina gris.
—Asumiendo que me creo que este planeta haga realidad los deseos humanos...
—No, los deseos no —interrumpió la mujer negando con la cabeza—, las necesidades. Este planeta no cubre lo que deseamos, sino lo que necesitamos.
—Eh, en cualquier caso, ¿por qué lo de "Creadoras"?
—Porque es lo que somos aquí, querida. Somos Creadoras. La arena que cubre la isla es un lienzo en blanco guiado por nuestras necesidades. Sea lo que sea aquello que necesites, la arena lo leerá, lo interpretará y creará algo con lo que puedas llegar a la satisfacción plena.
—¿Y las necesidades de las criaturas que habitan este lugar?
—La arena cubrirá las necesidades de estas criaturas siempre y cuando haya un Creador que necesite ver esas necesidades cubiertas. De lo contrario las abandonará a su suerte.
—¿Y no le parece eso una monstruosidad?
La mujer suspiró. Con un tono más mundano continuó:
—Ha sido un placer hablar contigo, Dayana. Pero creo que no tenemos mucho más que hablar de momento. Lo mejor será que descubras los encantos de esta isla por tu cuenta. Simplemente recuerda: todo lo que veas aquí no será más que el fruto de la necesidad de alguien, incluso aunque ese alguien ya no esté...
El silencio reinó en la gran sala.
***
Tras comer junto con el resto de la tribu a la sombra de los árboles que rodeaban la cascada, Dayana había sido guiada por las dos hermanas por el pequeño poblado. Si es que se le podía llamar así. La isla no tenía ningún depredador aparente, ni un clima en absoluto molesto. Las élfides vivían donde querían, dormían a la intemperie en esterillas a la sombra de los densos árboles, y apenas sí usaban algún biombo para protegerse de la débil aunque en ocasiones molesta brisa de salitre del mar cercano. Cazaban y pescaban pequeños animales extraños y comían los frutos que los propios árboles daban. No les sobraba ni faltaba nada, y su vida era a simple vista tranquila y feliz.
El atardecer se había ido precipitando mucho más lentamente que en la Tierra. La oscuridad y el silencio reinaban por fin. Sin embargo, no vio a la líder de las élfides salir de su taller en ningún momento. Dayana estaba agotada. Demasiada información, demasiadas preguntas. Sentía una curiosidad genuina por aquel lugar y cada vez tenía más claro que, de ser cierto lo que decía aquella mujer que se hacía llamar Alex, lo más probable es que volviese a la Tierra con las manos vacías. ¿Por qué irse a un planeta remoto y abandonado cuando su fortuna bastaba para comprarse uno? Por no hablar del riesgo que había corrido sometiendo su anciano cuerpo a semejantes procedimientos quirúrgicos en mitad de un lugar sin asistencia médica aparente. Su mente regresó a la clínica que había encontrado en la playa y luego saltó a las complejas máquinas del taller de roca. Por un confuso instante tuvo la certeza de que nada de aquello tenía sentido.
Mientras caminaba distraídamente por el borde del lago pensó en las historias que podría contar sobre aquel planeta. Quizás aquello no fuese más que la fantasía de un rico lunático, pero no había duda de que el lugar era encantador. Sus pensamientos la absorbieron y cuando se quiso dar cuenta, se sorprendió a sí misma caminando tras la cascada en dirección a la sala de los estanques. Pensó sonriente que quizás se podría dar otro relajante baño antes de dormir.
Justo cuando llegó a la boca del túnel, escuchó una voz familiar a su espalda.
—Hola, Dayana —dijo Xera—, ¿qué tal ha ido tu primer día en la isla? ¿Te quedarás con nosotras unos días?
—Ah Xera, eres tú. Bien, quitando el choque cultural inicial sois un pueblo muy acogedor, la verdad. Pero no creo que pueda quedarme, quiero explorar esta isla y encontrar alguna respuesta más.
—¿En serio? —preguntó la élfide emocionada—. ¿Necesitas a alguien que te guíe? Me gustaría mucho descubrir nuevos lugares aquí, ¿te importaría que te acompañase?
—¡Oh vaya! —rió la humana—. Eres encantadora —dijo sonriendo. Le caía bien aquella joven. Parecía mucho más despierta que su hermana—. No me vendría mal un guía por este lugar, la verdad.
Xera parecía complacida por la idea.
—Pensaba darme un baño —dijo Xera—, imagino que tú ibas a hacer lo mismo, espero que no te moleste...
Dayana permaneció en silencio mientras caminaban juntas hacia el interior de la gruta, con la cabeza gacha y una sonrisa nerviosa iluminada por las esferas titilantes.
Cuando por fin llegaron a la sala de los estanques, el silencio reinaba. No había nadie y el lugar estaba más oscuro de lo que Dayana recordaba. Xera avanzó con decisión hacia el estanque más grande situado bajo la apertura del techo de roca, ahora iluminado por la luz ligeramente rojiza de las lunas y las estrellas. Dayana la observó introducirse en el agua, y vio cómo ésta se iluminaba de un tono azulado al roce de la piel desnuda de la hermosa élfide. Todos los miembros de su especie tenían unos cuerpos espectaculares que no dudaban en mostrar, aunque el de Xera era particularmente exquisito. Dayana recordó las máquinas alrededor del taller de Alex y el cuerpo suspendido que la mujer del traje blanco esculpía con sus extrañas herramientas. Su mirada se ensombreció. Xera la miraba desde el estanque con el cuerpo sumergido hasta el vientre y los ojos entornados.
—Si quieres puedes ir al estanque de antes, no te preocupes —dijo la élfide con voz ligeramente entrecortada, probablemente debido a la sensación que sin duda inundaba ya su piel—. O podrías bañarte conmigo un rato, lo que prefieras...
Dayana la miró de nuevo. Había estado viendo cuerpos desnudos, literalmente, desde que se estrelló. Salvo por Alex, el resto de criaturas parecían no tener ningún pudor. Dayana palpó sus ropas, quizás aquello fuera lo único que tenía en común con la mujer del taller. No le atraía en absoluto la idea de parecerse a aquella engreída líder. Además, tampoco es que fuera a verle nadie más que Xera... La idea se dibujó en su mente y casi sin pensarlo se quitó la ropa ante la atenta mirada de la elfa gris.
Cuando se introdujo en el agua sintió la sensación de nuevo. Cerró los ojos y se dejó llevar unos segundos por aquella caricia húmeda.
—Quiero enseñarte algo —escuchó decir a Xera en voz baja a pocos metros de donde ella se encontraba. Abrió los ojos. La luz azul iluminaba el estanque en su totalidad, mostrando sus cuerpos sumergidos. Xera movía los brazos bajo el agua suavemente, pero con firmeza. En ese momento Dayana vio que la superficie empezaba a agitarse más sobre los esbeltos brazos de la joven de orejas puntiagudas. Se sorprendió al ver cómo el agua se alzaba formando un probóscide, como si el líquido tomase la forma de un tentáculo firme por una fuerza invisible que tiraba de la superficie hacia arriba. Dayana abrió los ojos sorprendida cuando el tentáculo pareció cobrar vida y comenzó a acariciar el cuello de Xera suavemente. Ella se mordió el labio inferior mientras otro tentáculo de agua surgió de la superficie y se unió al primero, acariciando los sensuales labios de la hermosa élfide. Xera clavó sus arrebatadores ojos sobre Dayana, que la observaba atónita a poca distancia y de repente los tentáculos se tornaron de nuevo en agua y cayeron sobre el cuerpo de la élfide, perdiendo su firmeza y regresando al líquido del que habían surgido.
—¿Qué ha sido eso? —preguntó Dayana, ligeramente perturbada pero sin ocultar su curiosidad.
—Una forma de disfrutar del agua —dijo Xera con voz sensual—. Tú también puedes controlarla de este modo si practicas lo suficiente.
—Y... ¿puedes hacer que...?
—¿Te penetren? Claro.
—Iba a decir que te sujeten —Dayana se sonrojó mientras sonreía tímidamente.
—¿Como inmovilizándote en el aire o algo así?
—Algo así.
—Oh, vaya, así que no eres tan inocente como aparentas... —dijo Xera aproximándose despacio.
—¿Cómo sabías que yo...?
—No eres la primera mujer que conozco que siente atracción por otras mujeres. Y no soy mala leyendo a la gente.
Se aproximó a pocos centímetros del rostro de Dayana, sus sensuales labios entreabiertos.
—No creo que exista mucha gente que no sienta atracción por tí, Xera —respondió con un hilo de voz. La caricia del agua continuaba inexorable. La deseaba con locura, quería sentir a Xera más cerca todavía.
—Cuando dije que Frey era la segunda criatura más hermosa en esta isla, fue porque la consideraba la primera hasta que te vi a tí, Da...
Su frase fue interrumpida por los labios de Dayana, que recorrieron rápidamente la escasa distancia que había entre ellas. Ambas se fundieron en un abrazo, mientras acariciaban sus cuerpos y se besaban sedientamente. Gemían ante el masaje del agua y las manos de su compañera al tiempo que la superficie comenzaba a agitarse con fuerza a su alrededor.
Cuando separaron sus bocas, Dayana vio que varios tentáculos de agua formaban un círculo alrededor de las dos mujeres. Sintió un escalofrío. Xera la miraba con ojos de tigre.
—¿Estás lista? —dijo. Dayana le devolvió la mirada.
Su semblante ardiente y su respiración acelerada fueron toda la respuesta que necesitó.
¡Gracias por leer este fragmento! Espero que lo hayas disfrutado igual que yo he disfrutado escribiéndolo.
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